domingo, octubre 29, 2006

Sentido homenaje

Cuando estudias Economía, tienes pocas salidas interesantes. Puedes acabar como contable (o algo parecido a contable), haciendo un trabajo que cualquier pibe con dos dedos de frente podría hacer al acabar la secundaria. También puedes emplear tu vida trabajando en un banco, siendo comercial de hipotecas y productos financieros varios, convenciendo a la gente para que viva por encima de sus posibilidades. Una tercera salida, con muy buena consideración, es la auditoria, que supone renunciar a tu vida privada por un salario que ni siquiera compensaría un horario normal en una actividad tan aburrida. Las únicas salidas decentes parecen ser hacerse profesor de Economía y conseguir que te paguen por leer y escribir (esta fantasía me acompaña desde hace años), o bien emplear tus conocimientos genéricos haciendo estudios genéricos en alguna sección de una gran empresa o bien en una consultora pública.

Cuando estudias Derecho, el panorama no es mucho más halagüeño. Tus opciones son lucrarte con las desgracias ajenas (derecho penal, herencias, divorcios, etc...), ser colaborador necesario de la avaricia o la evasión fiscal (derecho mercantil y derecho tributario, respectivamente) o alimentar a la odiosa máquina burocrática (derecho administrativo). Sólo ayudado por un maniqueísmo fácilmente superable se puede considerar honrado dedicarse al derecho laboral, sobre todo cuando son los malos quienes pagan mejor, y cuando los buenos no siempre lo son.

A la luz de estas consideraciones, parecerá normal que lleve unos tres años siendo incapaz de dedicar a mis estudios el esfuerzo necesario para acabarlos de una vez (aunque, casi sin saber cómo, ya he acabado Economía). La desmotivación, unida a mi natural tendencia al gandulismo y a un más que probable complejo de Peter Pan, se recrea así en un círculo vicioso del que ya debería haber salido hace tiempo, ya fuera superando el bache o replanteándome si no sería mejor emprender otro camino. Pero nunca he sido capaz de tomar determinaciones importantes, ni de asumir sus consecuencias, así que aquí sigo.

Todo esto, que puede parecer autocompasivo pero no es más que un poco de sinceridad conmigo mismo, me lleva a recordar a una querida amiga, Teresa, a quien el destino le puso al alcance de la mano una oportunidad única de dedicarse a la danza. Aprovechó esa oportunidad y ahora, cada vez que hablo con ella, la encuentro agotada y sin tiempo para nada, pero feliz. No sé si su decisión la llevará por los caminos de lo que se suele considerar “el éxito” (pisito con hipoteca, cochazo y vacaciones de fábula), o si habrá de conformarse con la modesta satisfacción de dedicarse a lo que le gusta, y hacerlo honestamente… o (esperemos que no) si tendrá que cambiar de rumbo más adelante, forzada por circunstancias adversas. No lo sé, pero no importa, porque ha tomado las riendas de su vida, ha tomado una decisión, afrontando todos los riesgos que ello conlleva, y sólo por eso ya merece toda mi admiración.

lunes, octubre 23, 2006

Sketches of Lanzarote (II)

En Lanzarote se despacha, pero no se vende. No lo supe hasta el día en que fui a comprar un traje en la calle Real de Arrecife. Entré en una tienda y me puse a mirar los pantalones, uno por uno, confiando en que alguna dependienta se acercara a ayudarme con detalles como talla, color, tela, etc… Repasé todos los pantalones, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Descolgué algunos y los miré al derecho y al revés, comparándolos con las chaquetas y las camisas de la estantería cercana. Di unos pasos hacia atrás para tener una visión completa del conjunto. Me rasqué la barbilla mientras observaba con absoluta concentración dos pantalones, como si quisiera elegir cuál de los dos llevarme. En definitiva, pasé unos diez minutos intentando que mi expresión corporal dejara bien claro que necesitaba ayuda para comprar un traje, sin conseguir que las dos dependientas que había en la tienda hicieran otra cosa que hablar entre sí de sus asuntos. Cuando mi paciencia se agotó, salí de la tienda y fui a una zapatería, pues cuando consiguiera por fin un traje, no iba a llevarlo con zapatillas (afortunadamente, no soy Emilio Aragón). Una vez elegido un modelo, esperé a que algún empleado me hiciera la imprecisa pregunta de “¿qué desea?” Esperé en vano, pues nadie parecía interesado en venderme aquellos zapatos. Desmoralizado, abandoné todo intento de comprar nada ese día. Al llegar a casa todavía me preguntaba si mi aspecto no era el adecuado para ir a comprar, o si es que había tenido la mala suerte de dar con los dependientes más ineficaces e indolentes del mundo. Sin embargo, la cuestión era mucho más sencilla: según me explicaron en casa, en Lanzarote se despacha, pero no se vende. En ninguna tienda de Lanzarote se te acercará un empleado para intentar que compres cuanto más, mejor. Los dependientes están ahí para que, en cualquier caso, tú te dirijas a ellos y les preguntes. Puedes ir a una tienda de deportes a las nueve y media de la mañana para ser el primer (y único) cliente que esté en la tienda, quedarte parado frente a las camisetas (por ejemplo) y permanecer allí el tiempo que quieras, que los dependientes jamás se acercarán a ti por iniciativa propia. Esta actitud la mantienen incluso los camareros (excepto los de las zonas turísticas, y menos si son peninsulares), hasta el punto en que nunca había experimentado en carne propia lo que es pasar por completo desapercibido, hasta el día en que quise tomarme un café en un bar de Arrecife.

En cualquier caso, me pregunto qué pasaría si abriesen un Corte Inglés en Lanzarote.

jueves, octubre 12, 2006

Blitzwochenende auf Barcelona

Los viajes que he hecho por la península desde que estoy en Madrid pueden contarse con los dedos de una mano:
- Hace siglos estuve con Irene en Toledo y comprobé que tanto a la ida como a la vuelta, era cuesta arriba.
- El siguiente viaje fue a Bilbao y San Sebastián, y tuve la suerte de ir al último concierto de Negu Gorriak.
- Un tiempo después fui a Barcelona para... bueno, eso no viene al caso ahora.
- El último, hasta el viernes pasado, había sido a Galicia, a limpiar petróleo de una playa.
Siempre me había parecido una cifra ridícula, sobre todo teniendo en cuenta que uno de mis objetivos adolescentes al venir a estudiar a Madrid era "ver mundo", así que me he propuesto remediarlo este año. La primera oportunidad se presentó el fin de semana pasado: encontré quién me ofreciera cobijo en Barcelona y para allá que me fui sin pensarlo dos veces, a pasar día y medio recorriendo la ciudad. El viaje resultó más bien "turístico": ví la Sagrada Familia (por fuera, porque tampoco iba a hacer cola para ver los andamios del interior), la Plaza de España, las Ramblas, el Forum, etc... Estuve en el mercado de la Boquería y me pareció que requiere mucho tiempo y una voluntad de hierro para resistirse a comprar tantas cosas apetecibles. En un centro comercial me crucé por casualidad con una de mis fotologgers favoritas, pero en vez de saludarla me quedé petrificado pensando que las coincidencias de esta vida son increíbles. En general, me pareció que, sobre todo en el centro, Barcelona es un vivero de modernos (al menos, de modernas, que fue en lo que yo me fijé), con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva. Por último, me quedó la curiosidad de saber si la boina de los Mossos d'Esquadra es un particular homenaje a los relojes blandos de Dalí.
En definitiva, la impresión que me dejó Barcelona fue bastante buena, tendré que volver en otra ocasión, quizás para vivir un poco la ciudad, y no sólo visitarla. Ya se verá si es posible.
Y por fin, con el próximo viaje que haga ya no se podrán contar mis salidas de Madrid con los dedos de una mano.

miércoles, octubre 04, 2006

Vuelta a la Universidad

Año tras año, las alumnas de esta universidad parecen cada vez más jóvenes y son cada vez más guapas, lo cual me hace sentir siempre más viejo y calvorota.

Tengo que huir de la universidad cuanto antes, o acabaré convertido en un viejo verde.

También tengo que terminar la mudanza de una vez.

lunes, octubre 02, 2006

Sketches of Lanzarote (I)

Mi padre es maestro de escuela, como muchos otros lanzaroteños de su generación que fueron a la Universidad sin tener una familia adinerada que pudiera financiarles estudios más prolongados o ambiciosos. Dedica su tiempo libre a la agricultura, supongo que por hobby y también por un motivo práctico: ¿por qué comprar papas, cebollas o ajos, si puede plantarlos? Sobre todo, se dedica a las parras. Antes, sólo a las que eran de mi abuelo, pero ahora también a unos terrenos que compró, de modo que si antes vendimiábamos unos 700 kilos, ahora son alrededor de 6.000 kilos los que podemos vendimiar en un buen año.
Siempre he odiado las parras. El tiempo y el esfuerzo que hay que dedicar a su cuidado durante todo el año me parecían desproporcionados, para el escaso resultado que se obtenía de ellas. Y eso que, de todo ese trabajo, sólo participaba en lo más bonito (vendimiar) y, como mucho, lo menos difícil (recoger las hojas de los hoyos, en otoño).
Sin embargo, al segundo día de estar en Lanzarote, le dije a mi padre que si iba a ir al día siguiente (domingo) a las parras, que me despertara, que iba con él. Quizás fuera porque el día anterior lo había pasado durmiendo y aburrido, sin tener nada que hacer. Pero es que, para colmo, ahora pienso que no sería mala idea hacerme cargo, si no de todo, al menos de una parte del trabajo. Puedo intentar justificarme pensando que cada vez son más los achaques de mi padre, que ya no está para cargar a la espalda con una sulfatadora de unos 20 kilos, hoyo arriba, hoyo abajo, ni para encargarse él solo de podarlas todas.
Pero me temo que la razón es que me hago viejo y melancólico.