martes, abril 28, 2009

Obituario

Una vez, hablando con un amigo de lo poco que había de interesante para leer en la prensa, le pregunté qué opinaba de Javier Ortiz. Al ser mi amigo un adicto a la polémica, me dijo que el periodista no acababa de convencerle, porque casi siempre estaba de acuerdo con lo que escribía. "Quizás", respondí yo, "pero también puede ser bueno leer de vez en cuando algo con lo que estás de acuerdo, ¿no?".
Al final ha sido muerte. Pero mañana será Jamaica.

lunes, abril 27, 2009

Vivan los malos

Volviendo al tema del fútbol, mientras barrunto escribir (ahora sí) aquella serie de entradas para reflexionar sobre algunos temas que son o eran o podrían ser polémicos, me doy cuenta de que en "el deporte rey" siempre voy con los malos. Con los malos oficiales, quiero decir: los porteros, los árbitros, Luis Aragonés, Javier Clemente y Samuel Eto'o. Me caen todos bien.
A los porteros no se les perdona ningún error. Quizás sea porque la mayoría de sus errores son definitivos, es decir, acaban con un gol en contra. Pero durante un partido los demás jugadores del equipo pueden dar un mal pase, no llegar a un balón, perder la colocación en el campo, no coordinarse con sus compañeros, desatender sus funciones en el equipo, etc. Y nadie, salvo quizás el entrenador al día siguiente, les dirá nada. Pero cualquiera de esos fallos, cometido por un portero, provocaría un alud de improperios que, quizás, empezaría con un "¡toma cantada!" y podría acabar con un "¡eres un inútil!". Con los árbitros pasa algo parecido. De todos los que desempeñan su labor en el campo durante un partido (entrenadores, jugadores, utilleros, etc.) los árbitros probablemente sean los que menos se equivocan. Sin embargo, sus errores siempre son motivo de escándalo, sobre todo si perjudican (directa o indirectamente) a determinados equipos. Todos los equipos que pierden, si encuentran la ocasión, eluden su responsabilidad sobre el resultado obtenido y señalan al árbitro como al verdadero culpable. Como si el no haber podido contrarrestar los efectos (si los hubiere) de un error arbitral, (que afecta a una jugada, es decir, como mucho a un minuto de juego), en los otros 89 minutos de partido, no fuera una muestra clara de su incapacidad para ganarlo.
En mi opinión, el ejemplo más notorio se encuentra en el partido de España-Corea del Sur en el Mundial de 2002. Si le preguntas a cualquier futbolero español, sabrá quién fue el culpable de que España perdiera: "¡el árbitro! ¡ese egipcio maldito!". Ejem, sí, claro... Me estás diciendo que pensabas que España podía ganar el Mundial, para lo que tendrías que estar convencido de que podría vencer, por ejemplo, a Brasil, Argentina, Alemania o Italia, y la culpa de que no ganes a Corea del Sur, ¿es del árbitro? Ya. Claro. El árbitro.
¡¡¡Pero vamos a ver, alma de cántaro!!! Al árbitro se le podría echar la culpa de que el partido quedase, por ejemplo, 3-1 en lugar de 5-0 a favor de la selección española, pero no de que ésta perdiera. Porque un equipo que aspirase a ganar el Mundial tenía que pasar por encima de Corea del Sur sin despeinarse. Ningún árbitro puede evitar eso. Así que menos echar pestes de Gamal Gandhour y más humildad para reconocer que la selección española hizo un mal partido.
Y ya que hablamos de la selección, hablemos de Javier Clemente y Luis Aragonés. El fútbol profesional no es tanto un deporte como un espectáculo. Sin embargo, rara vez puede apreciarse por sí mismo, así que hay que aderezarlo con filias, fobias, héroes y villanos. De eso se encarga la prensa deportiva que, dependiendo de su público objetivo, eleva a unos a los altares y condena a otros al infierno. Es un proceso de retroalimentación continua entre prensa, empresas deportivas y público.
Pensemos por un momento en la fórmula uno y en Antonio Lobato. Si no fuera por el "alonsismo", ¿cuántos anuncios hubiera protagonizado Antonio Lobato? ¿Cuántos viajes alrededor del mundo le hubieran pagado? ¿Cuántas posibilidades hubiera tenido de convertirse en un "personaje carismático"? Yo diría que entre cero y muy pocas. Así pues, ¿no hará todo lo posible por fomentar la devoción por Fernando Alonso, por multiplicar los mitos y leyendas que le rodean, con tal de que aumente la audiencia de las retransmisiones? En este contexto, la objetividad brilla (como el oro) por su ausencia.
El mismo tipo de incentivos rigen en la prensa futbolística, que fomenta la devoción por uno u otro equipo porque, cuanto mayor sea ésta, más querrán los forofos informarse sobre todos y cada uno de los sucesos de su equipo. Y así, los redactores ponen el piloto automático y cantan alabanzas al juego del equipo, glosan su intachable historia y ensalzan las virtudes de sus jugadores, héroes curtidos en la defensa de "los colores". Pero en las epopeyas los héroes no pueden brillar si no es contra la sombra de villanos poderosos y malvados. El papel que Lewis Hamilton desempeña en la fórmula uno alonsista-lobatiana, en el mundo del fútbol le corresponde, entre otros, a Javier Clemente y Luis Aragonés. El primero ostentaba, hasta hace poco, el récord de partidos sin perder como seleccionador nacional. El segundo ha llevado a la selección española a ganar su segunda Eurocopa. Pero da igual: algún periodista ha hecho carrera, entre otras cosas, deseándole un fracaso tras otro a Clemente. Y a Luis Aragonés no se le perdona ni que se rasque la nariz, desde que hizo caso omiso a ese sector de la prensa que cree que a la selección española deben ir principal (o únicamente) jugadores del Real Madrid y que su esquema de juego debe ser calcado del que use el equipo blanco.
Así que, en parte, Javier Clemente y Luis Aragonés me caen bien por acto reflejo, ante la insistencia de algunos en pintarlos como villanos despreciables. Esto, en sí mismo, tiene tanta lógica como ponerse de parte de "el malo" cuando ves una película. Pero en este caso, mi simpatía por ambos entrenadores aumenta por otra razón. Y es que les resultaría muy fácil llegar a ser santos: bastaría con entrar dócilmente en un juego de favores, palmaditas en la espalda y adulaciones con la prensa. Renunciando a su propia opinión o idiosincracia, podrían estar cómodamente subidos a sendos altares. Pero dicen y hacen lo que creen correcto, aunque con eso les lluevan las críticas y se les censure hasta la indumentaria.
En cuanto a Samuel Eto'o, me cae bien por casi los mismos motivos. Hace su trabajo y cuando se queja de que otros no hacen el suyo... es a él a quien le llaman la atención. Y cuando, pendiente la renovación de su contrato, dice "el club de mi corazón es el Mallorca y ahora trabajo para el Barça, eso es todo", se convierte en el centro de una absurda polémica por hablar dando por sentado algo tan obvio como que un jugador de fútbol profesional es simplemente un empleado de una empresa de espectáculos y que, como cualquier otro profesional, no tiene por qué sentir ningún afecto especial por su empleador. Como en el caso de los dos ex-seleccionadores, salirse del guión preestablecido ("voy a darlo todo por estos colores", "mi sueño sería retirarme en este club", etc.) cuesta caro. Al rehusar el papel de paladín, Eto'o consigue que le endiñen el de villano.
Vivan los malos, pues, si malos son las personas razonables y coherentes. Y dejémosle el apelativo de "malos", porque no es cuestión de idolatrarlos, ni de construir un forofismo alternativo. Todos tienen su faceta negativa que, puestos a ensalzar la honestidad, tampoco se puede negar: éste por cascarrabias, aquél por arrogante y el último por haberse comportado, en alguna ocasión, como un déspota en su país. Pero el que quiera santos, que vaya a una iglesia. Esto era sólo una digresión sobre fútbol.

miércoles, abril 15, 2009

Here, There & Everywhere

Hay algo de irreal en el hecho de haber estado ayer mismo tomando unas cañas por Lavapiés con mis amigos y estar hoy, algo más de doce horas de viaje mediante (contabilizado de puerta a puerta), de nuevo en Ankara. Es como un déjà vu anticipado, pues la semana pasada, mientras deseaba que llegase el jueves, me decía a mí mismo que el tiempo pasa volando, que antes de darme cuenta estaría ya paseando por Madrid. Pero, por desgracia, el fin de mis vacaciones se precipita con la misma rapidez. Queda al menos la satisfacción de los reencuentros, los abrazos, las viejas costumbres y paseos.
Y a partir de mañana, hasta mi próximo respiro, bonjour, routine.

viernes, abril 03, 2009

Bodas

A algunos les gustan las bodas porque son una excusa perfecta para emborracharse y desfasar: algo así como un fin de año en otra fecha. A otros les gustan las bodas porque son un "terreno de caza" privilegiado para encontrar pareja de una, varias o (quizás) todas las noches. Están los que aprovechan para lucir ropa nueva y peinado exquisito, y se sienten fabulosos. Luego hay otros, más románticos, a quienes les encantan las bodas porque son la ocasión idónea para ponerse sentimentales.

A mí, lo único que me llama la atención de las bodas es que reparten puros. De alguna manera, creo que eso explica muchas cosas en mi vida.