La línea que separa lo sublime y lo ridículo es tan fina que es muy fácil cruzarla sin darse cuenta.
El sábado pasado, tras hacer el examen oral del ICEX y tomar una caña con una amiga, aproveché para comer por Madrid y luego ir al cine a ver la última película de Julio Medem. Cuando apenas llevaba diez minutos sentado en el cine, tuve el presentimiento de que lo mejor que podía hacer era levantarme, salir al pasillo e intentar meterme en otra sala para ver cualquier otra película. No lo hice, confiando en que la cosa mejorara y Caótica Ana fuera, a pesar de todas las cosas malas que había oído y leído sobre ella, una película que se pudiera ver. No lo hice... y me arrepiento.
La primera escena de la película parece un chiste de los Morancos mal contado, y lo único que se puede destacar son unas imágenes de una paloma en pleno vuelo (se supone) que de tanto que se les "nota el truco" (como a los magos torpes) sólo producen bochorno y vergüenza ajena. Luego viene la historia de una jovencita sin sustancia, hippie de Ibiza, nudista y pintora, que un ¿buen? día se encuentra con una mecenas francesa a la que le encantan los cuadros que vende en el mercadillo y le propone irse con ella a Madrid, a una residencia que es una medio comuna - medio estudio de arte. Durante toda la película, pero especialmente cuando Ana y su padre cenan con la francesa, los diálogos son tan forzados y tan poco creíbles, que se comprende que los actores los interpreten con la misma convicción con que recitarían la carta-menú de un restaurante. Una vez que tenemos a la protagonista en la residencia de artistas, todo es como cabría esperar: mucho piesnegrismo, folleteo y performances. Si existe por ahí un catálogo de tópicos, Medem se debe de haber comprado un ejemplar. O dos. Por otra parte, se diría que cuando al director no se lo ocurre cómo continuar la historia, recurre al personaje que intrepreta Bebe para rellenar espacio, poniéndola a soltar proclamas sonrojantes (por lo manidas) sobre la guerra de sexos, mientras graba todo con una cámara de vídeo. Y, por lo visto en la película, se debió de atascar en la escritura de muchas partes de la trama.
Hasta aquí, Caótica Ana es sólo una película cargante, vulgar, discretamente interpretada y sin interés alguno. Pero ahora llega "lo bueno". A la protagonista le da un mal viaje (quizás un flashback de los tripis que se metía en Ibiza) y, a través de regresión hipnótica (casualmente, cuando ella se desmaya, pasan por allí unos psicólogos hipnotizadores), descubre que en sus vidas pasadas ha sido muchas mujeres, todas ellas muertas a manos de violentos y opresores hombres. Al principio no quiere saber nada de todo eso y quiere seguir siendo una hippie despreocupada y superficial, pero poco a poco va asumiendo que debe afrontar ese legado. Por el camino, su padre enferma de cáncer, no sabemos si por fumar porros, por el disgusto que se ha llevado al haber sido echado de su cueva por algún político con el que se ha peleado (¡políticos corruptos!), o porque su hija se fue a Madrid dejándole solo. Padre e hija se despiden bailando en unas fiestas de pueblo en una escena que, de tan aislada que está de todo el resto de la película, parece que la han metido con calzador para que Antonio Vega y su peluca puedan hacer un cameo. Luego ella se va a Nueva York, tras una elipsis desconcertante y poco explicada. Allí, aunque ella quiere hacer una vida normal, el psicólogo vuelve a encontrarla y culminan el proceso de regresión hipnótica, en medio de una visita al museo de una reserva india, llegando hasta la vida más antigua de Ana. Luego ya viene el final, con catársis y manifiesto poético-político incluido, pero yo ya hacía tiempo que deseaba haberme ido del cine.
Creo que ya habrá quedado claro que la película es un truño infumable, una decepción total. Yo esperaba que, siendo una película de Medem, tuviera un mínimo de calidad, y me encuentro con una película que podría haber firmado algún pretencioso artistilla adolescente con unas vagas nociones de psicología y antropología adquiridas hojeando la revista Pronto. No se salva ni por el hecho de que la protagonista (preciosa, eso hay que reconocerlo) se desnude cada dos por tres. Y mira que a mí me gustan las mujeres más que a un tonto un lápiz, pero es que de donde no hay, no se puede sacar...
_______________________
Nota aparte: qué cargante se hace ver una película con tantos desnudos. No porque me incomoden los desnudos o las escenas de sexo, ni por pudor, sino porque no aportan nada. Cuando quiero ver gente follando, me pongo una película porno, pero cuando quiero ver cine convencional es otra cosa la que busco. Se supone que un buen director de cine sabría cómo contar con recursos cinematográficos que dos personas se acuestan juntos sin necesidad de mostrarnos la mecánica del asunto. Supongamos, por ejemplo, que metemos escenas de sexo en los recuerdos parisinos de Rick e Ilsa en Casablanca: no aportarían nada. Si añadimos desnudos a la retrospectiva de Ciudadano Kane, el resultado sería el mismo o peor. Una teta no puede mejorar una película.
* Para que haya diversidad de opiniones, enlazo dos críticas: una a favor de la película y otra en contra.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home