domingo, agosto 24, 2014

Gentrificación

Mi principal objetivo cuando abrí este blog fue dejar de dar la lata por correo electrónico a mis amigos. Así, en lugar de enviar filípicas y divagaciones no solicitadas por correo, podría publicarlas aquí. Por eso el título del blog era “Desvaríos Ocasionales”.
A mis amigos les sigo mandando correos regularmente, pero ahora suelen ser viñetas, enlaces a vídeos y demás tonterías que me encuentro cuando pierdo el tiempo en Internet. Sin embargo, a veces alguno de esos correos genera un intercambio de opiniones en los que suelo derramar una energía que, seguramente, podría tener mejores usos. En esta entrada dejo constancia de uno de esos casos:
A comienzos de 2014 le envié a mi amigo E. un enlace a un artículo de El Comidista en el que se hablaba de butifarras. El artículo hablaba, entre otras, de una butifarra vegetariana, lo que me recordó la última entrada que E. había publicado en su blog, en la que imaginaba unas morcillas veganas. Las bromas fueron dejando paso a comentarios sobre gentrificación, hipsterismo y campañas de señalamiento basadas en prejuicios estéticos.
El texto que sigue (tras el salto) es una composición a partir de los correos que nos enviamos (algunos se cruzaban a medio escribir, otros apostillaban temas anteriores, etcétera). No he cambiado (casi) nada de lo que escribimos, aunque he corregido algunos errores y he tratado de darle un formato homogéneo. El primer correo que reproduzco es mío. Si alguien se pierde en el orden y no sabe quién dice qué, supongo que se me podrá identificar como el de las parrafadas largas y sin un propósito muy claro:


No hay nada que sea tan absurdo que pueda ser imaginado sin que alguien lo haya llevado a la práctica anteriormente. [Porque,] aún a riesgo de que se desgarre el tejido de la realidad, tengo que preguntar: lo de las morcillas vegetarianas es un invento tuyo, ¿verdad? ¿Verdad? ¿VERDAD?


Lo de las morcillas vegetarianas es una patente de uso mía, si, aunque la propiedad intelectual de lo de beberse la sangre de un bicho sin matarlo me imagino que es de los Masai.


Ah, por un momento temí que la entrevista estuviera inspirada en hechos reales.
Entonces, ¿tú vives en el barrio hipster ese? ¿En Neukölln? ¿O ya no es hipster y ahora lo hipster es irse a otro barrio? En plan «oh, Chueca está fatal, tan masificado y vulgar... mucho mejor ir a Lavapiés, que es más auténtico y multicultural» y entonces empiezan a abrir negocios para toda esa gente que encuentra que Lavapiés es más auténtico, negocios que sustituyen a los que ya había (que en su momento habían sustituido a otros preexistentes... en ese sentido romanticismo=0, que conste), para ofrecer una variedad de productos y servicios más acorde con el poder adquisitivo de los nuevos lavapiesinotranseúntes y así es como los negros tienen que montar sus bares de negros en otro lado, alguna frutería pakistaní/bengalí se convierte en horno de pan de masa madre-mía-¡a-dos-euros-la-barra!, los bares que ponían tapa ahora ponen tapita y los que ponían tapita ahora son locales de comida fusión. Es un proceso lento, lo estoy exagerando mucho, pero tiempo al tiempo.
Pero todo eso es “bueno”, ¿eh? Porque “le da vida al barrio”, “te ofrece nuevas experiencias”, “ese garito lo lleva una gente muy maja con mucha ilusión” y, por supuesto, porque todo universitario treintañero (¡pequeñoburgués!) tiene tan incrustado en la cabeza que es el alfa y el omega del orden social y de la bienpensantedumbre que no se figura que modelar un barrio a imagen y semejanza de sus caprichos ociogastronómicos no supone (necesariamente) estarle haciendo un favor al universo conocido.
Así pues, ¿eres de la Chueca o del Lavapiés local? ¿Llegaste a ver aquel vídeo del alemán autóctono de Neuköln que detestaba a los extranjeros que colonizaban su barrio porque les gustaban las cosas estandarizadas y sin alma que les gustan a todos los extranjeros, en lugar de ir a su barrio a hacer lo que se ha hecho allí de toda la vida de Dios qué gente más tonta, mezquina, maleducada y aburrida que se vayan a su puta casa y me dejen en paz con mis costumbres teutónicas?
Por cierto, a esa gente que busca con tanta insistencia lo “auténtico”, ¿qué les pasa? ¿Tan falsos son que les deslumbra lo que debería ser cotidiano? 
Y una vez sentada cátedra privada sobre cómo los demás son idiotas y yo no tanto, me vuelvo a estudiar.
¡Abrazo fuerte!


Sí, lo del tipo aquel es cachondo porque debe llevar unos 6 o 7 años viviendo en Berlín y creo que es austriaco, es decir, la quintaesencia del barrio, el plasma primordial con que están tejidas las mitologías de su calle. Los austriacos, no hay más que ver la historia del s.XX, parece que tienen una capacidad muy elevada para dilucidar lo que es auténtico, e incluirse en el concepto, por mucho que no tengan nada que ver con el ideal del que están hablando. 
En otra entrevista cachonda que leí de él con alguna que otra genialidad semántica, había una McNífica, cortesía del entrevistador, en la que tras aclarar el mesonero que sus primeros clientes eran “artistas, trabajadores, gente del barrio”, el primero le preguntaba «¿y turcos?»
El concepto dicotómico que el mesonero tenía de “artistas O trabajadores” no deja de ser un concepto mainstream. Pero lo de categorizar a los turcos como categoría aparte del barrio, más allá de los “trabajadores” y los “artistas”, tenía un cierto mérito. Por cierto, que el tabernero barra auténtico del barrio, respondía que pocos. Lo cual, en un barrio donde (independientemente de saber a qué se dedican) los turcos son un componente más que sustancial desde hace décadas, no deja de ser sorprendente, ya que el tipo presume de la “autenticidad” de su público. Me imagino que los artistas y trabajadores que frecuentaban su bar eran burgundios, vándalos o lo que fuera que poblaba la esquina allá por el neolítico. 
En cuanto a los precios, desde luego que si, están muy por encima de lo que se pueden (o deberían poder) permitir los habitantes del barrio, es decir, los “turcos”, los “estudiantes”, “artistas” y “trabajadores” con unos ingresos medios que deben rondar el mileurismo. 
Hablar del “aburguesamiento” de barrios con extranjeros con un presupuesto mensual que, salvo excepciones, por lo general debe estar en torno a 800-1200 euros es algo que no deja de sorprenderme. La crisis económica y social europea es tan grave que los jóvenes mileuristas a día de hoy que en lugar de irse a la periferia profunda a alquilar una habitación por 270 euros en lugar de 320 o 370 euros se consideran alta burguesía...
¡Reconozco que ya no entiendo mucho  de todo ello!
* los 320 o 370 euros, me refería en Neukölln o cualquier otro barrio “trendy”.
Por cierto, yo he terminado viviendo allí de manera más o menos casual en función de las ofertas y contactos que he tenido a mano, que en general viven en Neukölln o Kreuzberg, algunos de ellos desde hace 8 o 10 años, es decir, de antes del meapilas del bar aludido.
He estado pagando entre 200 por un piso (renta antigua) y 330 euros al mes por una habitación en un piso enorme, pero a saber qué encuentro ahora. En cualquier caso no estoy obsesionado por quedarme en este barrio, pero efectivamente entre una zona donde viven mis amigos en un radio de 1km e irme a “Marzahn” (algo así como el extrarradio de Parla) pagando 40 o 50 euros menos al mes, pues sí, elegiré Neukölln. 
Quién sabe, si tuviera cuatro hijos y una mujer que mantener, probablemente me iría a la Parla de turno... 
Imagino también que si no tuviese ninguna restricción presupuestaria, es posible que a estas alturas tuviera un par de hijos (de distintas mujeres). Me pongo preservativo por algo (este último comentario, descontextualizado, da para llamarme de votante de UPyD para arriba ^_^)
**Viendo anuncios de pisos, los precios todavía son a veces mayores en los Cosladas locales que en Neukölln, aunque si es verdad que ahora que tengo que cambiarme, ya he visto habitaciones a 500 pavos en Neukôlln, las cuales, por el momento, ignoro (pero otros no, por lo que parece).


Hombre, no dije que un estudiante/artista/mileurista en general sea alta burguesía. Pero sí forma parte de un cierto “clima ideológico” burgués, sobre todo si hablamos de un treintañero universitario. Es lo que, aunque la terminología no me guste y me parezca equívoca, se puede llamar “clase media”. La clave es lo que tú dices: se cobra una mierda, pero no se tienen gastos. Una familia (mamá y papá, con una hija y un hijo, por ser tópicos, heteronormativos y todo eso) que trate de vivir con un sueldo mensual de 1200 euros, se vería apurada. Incluso, con dos sueldos de 1000 euros. Una familia de cuatro miembros con unos ingresos entre los 1200-2000 euros, pagando alquiler del piso entero, necesita comprar la verdura por kilos en un supermercado cutre, luego la hierven en un caldero enorme y lo llaman “potaje para toda la semana”, que unos días se complementa con pollo y otros días con pescado, lo que esté de oferta. Porque quizás se podrían permitir algo más, pero papá y mamá heteronormativos, si son responsables, no querrán verse en la tesitura de perder sus trabajos y tener que salir adelante con cero euros al mes, así que ahorran. Mucho, siempre.
Sin embargo, un hogar formado por tres mastuerzos o mastuerzas que cobren esos mismos mil euros cada uno, una vez descontado el alquiler y los gastos compartidos, incluso descontando gastos fijos como transporte, etcétera, tienen bastante dinero “para sus gastos” y no tienen intención alguna de ahorrar, porque todas esas cosas para las que se ahorra (coche, familia, casa) resultan tan lejanas que ni se piensa en ellas: son inalcanzables. Aunque aspires a tener algún día una cierta estabilidad económica, ¿acaso va a cambiar algo porque ahorres 300 euros este mes en lugar de 100 o, incluso, nada? No. Por eso, en lugar de cocinar una súper-olla de verdura comprada en el MaxiDescuentiFeo, te vas al pintoresco mercado del barrio a comprar verdura "local y ecológica" y la preparas quizás con las especias que te venden en la tienda de exquisiteces exóticas de tu calle, mientras piensas qué significará el guiño que te ha lazado la camarera del restaurante-teatro donde has almorzado al mediodía porque te dijo un amigo que el menú era barato (“barato”=lo que te gastarías en toda la alimentación de dos días enteros, si te pusieras a echar las cuentas...) y que hacían unos monólogos divertidísimos. Luego de cenar te bajas a correr porque es sano y el equipo necesario es asequible (o quizás no tanto, pero un par de zapatillas de las buenas -“es esencial cuidarse los pies”-, aunque sean caras, sólo lo compras dos veces al año, como mucho... míralo como una inversión en salud), pasas por delante de la agencia de viajes que ofrece estancias relámpago low-cost en ciudades europeas y, como ves que hay una oferta para un fin de semana dentro de dos meses en una ciudad que te interesa, te propones ahorrar un poquito, así que prescindirás del brunch dominical en aquel sitio que hace los croissants integrales tan buenos.
Y así, desgranando tópico tras tópico, se puede ilustrar cómo un treintañero mileurista, por jodido que esté (“jodido” en su contexto, es decir: “jodido” por no tener garantizado el acceso a un proyecto de vida y a una estabilidad económica similar a la que tenían sus progenitores a su edad) tiene unos patrones de consumo muy diferentes (y superiores) a los que puede tener una familia que cobre lo mismo o más que él, pero que está sometida a otro tipo de necesidades y, sobre todo, incertidumbres. Como decía la Sociedad Psicogeográfica de Nueva York, en aquel texto grandioso sobre la gentrificación de Williamsburg, «Everybody wants cheap rent, but for some people "cheap rent" is $800 a month, while for others it is $400 a month».

Coger un barrio de jubilados, yonkis y putas (Chueca) o de jubilados, gitanos e inmigrantes (Lavapiés) y llenarlo de gente que busca alquileres baratos (de acuerdo con su particular idea de qué es barato y con sus particulares objetivos a la hora de gastar menos en alquiler), supone un cambio en el público objetivo de los comercios de la zona. Supongo que si en lugar de llamar “aburguesado” a un miembro “menos pudiente” de la clase pudiente, hubiera puesto el ejemplo con “colombianos” y “tiendas de productos colombianos”, no te resultaría tan chocante.
Lo que genera confusión es que cuando salió el término “mileurista” se quiso hacer creer que significaba “miserable”. Seguramente, quien lo pensó así tenía en mente el salario medio (sobre los 21.000 euros, entonces). El problema es que, en esas mismas fechas, el salario mediano era de unos 14.000 euros anuales. Es decir, la mitad de los asalariados cobraba alrededor de mil euros al mes, ¡o menos!
Y eso es todo lo que tenía que decir antes de perder el hilo de qué estaba diciendo y por qué.


jejejej 
Sí, has descrito muchas cosas que son así en Las Palmas, en Neukölln y en Nairobi (bueno, en Nairobi no existe el pescado o la carne de oferta, y lo reemplazan por judías o lo que toque). A lo que voy es a que en Berlín se ha ido desarrollando un odio “anti-hipster” que a ratos se parece mucho a un racismo normal y corriente aunque un poco más ambiguo y abstracto, por lo ambiguo de la definición de qué es un hipster, cosa que no pasa (tanto) cuando se habla de “negro” o “judío”.
Y para mí hay algo ahí que huele muy raro. Desde luego el proceso del que hablas para las familias hetero y de buenos padres conductores de tranvía que son “normales”, “no se meten en política”, son “vecinos” y sólo quieren una vida digna, etcétera, etcétera, existe. 
Pero los treintañeros (no me refiero específicamente a mí) universitarios en medio de la precariedad, que quieren vivir en una ciudad cuya población está creciendo, y ya que tienen una vida profesional económica bastante cutre, por lo menos quieren, aprecian, vivir en un barrio agradable, en lugar de a 40 minutos de tren en un barrio espantoso, sin servicios, en donde tienen que añadir a sus gastos (compren bio-vírgen del cereal o en supermercado barato) 80 euros de transporte sí o sí... Toda esa gente, ¿qué debe hacer? 
Claro que hay ejemplos de chiste, y gente que viene de Nueva York y 800 euros por un estudio les parece amazing, etc. Pero me pregunto si no hay que centrarse en atacar los desastres del sistema por otros lados. He visto mucha pegatina y mucha morralla callejera con análisis ridículos, estéticos y políticamente vacíos de ese proceso de “gentrificación”, y discursos que en el fondo llevan detrás poco más que lo que la “gente de bien y de orden” de clase trabajadora “apolítica” del franquismo tenía que ofrecer como análisis: la nada. 
Lo del odio a los turistas también me parece un poco el mismo tema. Es decir, me parece normal odiar el concepto de turista, es odioso vivir en un barrio lleno de turistas, es desagradable. Pero todos somos turistas en potencia, llámalo viajero guay que no sigue las guías, o lo que sea. Me parece que se centra la atención, una vez más, en algo muy frívolo como «Oh, un turista con sus gafitas y su guía. ¡Qué asco, no mola!»
En lugar de hablar de cosas serias, como qué coño hacer para evitar que una alta proporción de los pisos se alquilen por días a turistas en lugar de estar disponibles para los habitantes de la ciudad, qué regulaciones se pueden poner sobre la mesa para solucionar los problemas que conlleva el hiperturismo. Pero todo se desvía hacia algo estético, hacia riñas de barrio infantiles y estéticas que insisto, suelen ser llevadas con furia por los que hasta la semana pasada eran esos mismos hipsters o turistas.
[...] Olvidaba decir que en todas las campañas anti-hipster, anti turistas, etcétera, los militantes más activos son hipsters como el austriaco del bar “Freies Neukölln” del vídeo. Que llevan, eso sí, dos o tres años más en la ciudad que los nuevos…



Desde luego, la crítica que se queda en la estética es estúpida... como todo lo que se reduce a la estética ;).
Ya dije que no tenía ningún sentimiento romántico por lo que había antes de la llegada de los hipsters a cualquier barrio. Lo que digo es que el efecto “dinamizador” y “regenerador” con el que se vende, que acompaña al “ponerse de moda” de cualquier barrio que de repente atraiga a gente joven con cierta capacidad de gasto, no es necesariamente bueno, ni es aséptico. Porque al propietario de un edificio en cualquiera de esos barrios, que hasta ahora se lo alquilaba de mala gana a turcos o a jubilados de pensión escasa, de repente se le aparece la virgen en forma de muchacho moderno y cultural, que puede pagar el doble. Si uno se pone las orejeras de burro y sólo mira lo positivo, es fantástico: el propietario gana más dinero, el joven encuentra su espacio en el mundo en el que puede desarrollar su expresión y el barrio “se revitaliza”. Incluso, si uno tiene algún extraño fetichismo con la estética de los edificios y su integridad estructural, puede que hasta celebre que “los viejos edificios se rehabilitan”. Pero los turcos y los jubilados acaban teniendo que irse al siguiente barrio degradado que encuentren, al menos durante el tiempo que tarden los treintañeros en seguirlos.
Dicho de otra manera: un treintañero precarizado sigue perteneciendo a un estrato de ingresos superior al de jubilados, turcos, trabajadores no cualificados en general y parados. Cuando empiezan a establecerse en un determinado barrio y alcanzan una masa crítica, transforman la realidad de dicho barrio: encarecen los alquileres y provocan que los comercios se orienten a una clientela (ligeramente) más pudiente. Cuando, como individuo de bajos ingresos, no puedes pagar ni la renta ni la compra, acabas yéndote a otro lado.
Por supuesto, no es un tema de responsabilidad personal del treintañero universitario que busca un lugar interesante donde vivir: cada uno vive como puede con lo que le ha tocado. Es más, los discursos más radicalmente antigentrificadores se los he escuchado a gente que forma parte de esa misma clase gentrificadora, al parecer sin darse cuenta. O dándose perfecta cuenta, pero ¿a que mola el discursito? Sin embargo, señalar que existe un proceso social con perdedores, no implica condenar a quienes se ven envueltos en él desde el bando ganador. Estamos viejos ya para ir enarbolando banderas contra los “voraces especuladores inmobiliarios”: aquí todos especulamos vorazmente con lo que podemos, ya sea la herencia de la abuela, la simpatía personal para vender lo que se tercie o una cierta capacidad para escribir informes y vender humo de manera convincente.
Ahí tienes el ejemplo de Chueca: nadie añora a los yonkis que, al parece, poblaban el barrio hasta que los gays empezaron a fijarse en él para construir poco a poco su espacio. Lo que me recuerda que cuando abrió un local gay en la calle Lavapiés, apareció una pintada en las inmediaciones que decía «no a la burguesía rosa». En ese mismo local hay ahora una librería-bar que organiza exhibiciones de bondage cada quince días. Jugando al sociólogo futurólogo, apostaría a que la [continuación de la] gentrificación de Lavapiés vendrá de la mano de los estilos de vida alternativos y las librerías-cafeterías para culturetas socialmente comprometidos (que, por cierto, a mí me encantan, desde luego... Lo aclaro porque a veces parece que sarcasmo y aprecio no casan, pero yo sí los veo compatibles, siempre que uno haga uso de la necesaria autoironía). Supongo que es una evolución natural del barrio, igual que Malasaña cambió de cara en cuanto los juerguistas de hace quince años empezaron a tener hijos y a querer criarlos allí.
Otra cuestión distinta es lo que intentaban hacer en Madrid con “Triball”, es decir, la zona entre Gran Vía, Fuencarral y la Corredera Baja de San Pablo: echar a punta de inspección municipal a los comercios feos y pobres, para sustituirlos por garitos “guays” y caros, todo en beneficio de los inversores inmobiliarios que habían estado invirtiendo en la zona con la certeza de que el ayuntamiento de Madrid iba a colaborar encantado en sus planes de limpieza étnico-económica. Por si te sirve de consuelo, los comercios que se publicitan en su página web tienen pinta de estar dirigidos más bien a treintañeros universitarios no-precarizados, así que no hay necesidad de defender su dignidad o su derecho a explorar los placeres que les ofrece su capacidad de compra.
Frente a esa gentrificación agresiva y dirigida, desde luego que es preferible una que se produzca de forma orgánica y espontánea. Sin embargo, “preferible” no significa “universalmente bueno” y aceptable. Si yo fuera turco, jubilado o persona de bajos ingresos en general, no miraría con mucha simpatía a quien, con su sola presencia, va colocando metafóricos carteles de “Fuera pobres de nuestro proyecto de barrio idílico y moderno” (por mucho que esa persona crea venir en son de paz).
Al final, todo se reduce a un conflicto por un recurso escaso (“barrio no muy lejos del centro y que ofrezca una cierta comodidad y actividades interesantes”) entre dos poblaciones que aspiran a disponer de él (“vivir ahí”). Se podría decir que se produce una subasta tácita por el derecho a vivir en ese barrio. Como no podría ser de otra manera, gana siempre quien tiene más dinero. 
Podrían y deberían, en efecto, plantearse un buen montón de otras cuestiones, que son necesarias: ¿por qué el barrio lejano tiene que ser tan mierdoso? ¿Por qué es tan caro el transporte? ¿Por qué los servicios son peores en las Parlas y Cosladas de las metrópolis europeas? ¿Hay un conflicto genérico entre centro y periferia en la planificación de las grandes urbes, que se resuelve cotidianamente a favor del centro pudiente? Pero por muchas preguntas anexas que te plantees, no cambias la cuestión central: la clase media (aunque sea media-baja) tiene la capacidad de expulsar a la clase baja de cualquier barrio con el que se encapriche.
Y quien dice “barrio”, dice cualquier otro recurso escaso, por supuesto: esa es la naturaleza del capitalismo. Se debería analizar la gentrificación en general y al hipster en particular como un síntoma, una manifestación del sistema, no como si fuera algo que no funciona de forma puntual, o como una extravagancia anecdótica. Es deseable, desde luego, sacar conclusiones universales a partir de ese análisis, y siempre será criticable quedarse en el jueguecito estético-militantoide de señalar con el dedo al hipster concreto.
En cuanto al conductor de tranvía padre de familia cuya principal preocupación es obtener una cierta estabilidad económica para su familia, no tiene por qué ser alguien que “no se mete en política”. De hecho, puede estar muy politizado en materias como sus condiciones laborales, el acceso a la educación y la sanidad, la participación ciudadana, etc. No hace falta ser una “persona de orden” para no amar a los hipsters. Además, no creo que el odio anti-hipster sea tan diferente del odio entre punks y jevis, entre mods y rockers o entre cualquier otro par dado de tribus urbanas. Además, dado que odiar a los hipsters es un mandamiento meta-hipster, acaba produciéndose una espiral de odio cuyos mayores damnificados son los camareros con gafas de pasta, tatuajes y un doctorado en historia del arte.
Lo cual me recuerda un chiste: «antes, las personas con el cuerpo cubierto de tatuajes me ponían nervioso; ahora, me ponen cafés» :-D