El siglo XXI
En este artículo del Times sobre Almunia (el portero del Arsenal, no el Comisario europeo), al que he llegado a través de esta entrada de Halon Disparado, uno de los lectores comenta:
Oh the ignominy of it all. All these foreigners coming here to take whats rightfully ours says Little Rod. I guess some people still have trouble digesting the fact that we are living in the 21st century.Rob, London
Cuando leo a alguien citar que estamos en el siglo XXI para dar por sentado que ahora hay que interpretar el mundo con parámetros completamente diferentes de aquellos a los que estábamos acostumbrados, me acuerdo de 1984, de 2001, una odisea del espacio, de Espacio: 1999 e, incluso, de La carrera de la muerte del año 2000. Es normal proyectar hacia el futuro nuestras esperanzas de progreso. O bien, si preferimos el pesimismo, situar en él nuestras distopías. Pero, si algunas distopías parecen hoy cómicamente desfasadas (aunque sólo sea por la fecha o por la literalidad -que no el fondo- de los hechos que relatan), ¿por qué seguir creyendo que algo ha cambiado para mejor sólo por estar en 2009?
A estas alturas ya deberíamos ser un poco más realistas (o, al menos, lo suficientemente cínicos) como para darnos cuenta de que el siglo XXI es tan sólo el siglo XX con un par de años más. Quizás sea conveniente empezar a situar nuestras esperanzas, por ejemplo, en el 2051. O en el siglo XXII. Pero a día de hoy no parece que internet, las aerolíneas de bajo coste, las becas erasmus, la liberalización comercial o cualquier otro concepto que hayan querido vendernos como elemento fundamental de un cambio de época, hayan tenido el efecto que se esperaba de ellos. Todo sigue igual, pero con una nueva capa de pintura.
Consideremos, por ejemplo, internet. Se suponía que un medio de comunicación universal (entiéndase: "universal", para aquella parte del Universo que puede costearse un ordenador y una conexión, que eso tampoco ha cambiado) podía contribuir a acabar con el cerrilismo y la desconfianza entre las personas de todo el mundo. Seguramente, esa era también la esperanza del londinense Rob. Pero en realidad, internet sólo sirve para que quien quiera exponer su cerrilismo pueda hacerlo ante un público aún mayor, y para que sea posible conocer a mucha más gente de la que poder desconfiar. Luego están los que ligan en los chats, pero la única novedad que eso aporta es una mayor capacidad para mentir sobre uno mismo.
En definitiva, el siglo XXI, en lugar de traer un mundo más avanzado, ha cambiado un poco la estética, ha facilitado nuevas formas de consumo y ha dado a luz a una forma más absorbente de ocio. Así que, a no ser que consideremos que estética, consumo y ocio son los pilares de la realidad, seguimos estando como en el siglo XX, pero sin disuasión atómica. Es decir, hasta cierto punto, peor.
A estas alturas ya deberíamos ser un poco más realistas (o, al menos, lo suficientemente cínicos) como para darnos cuenta de que el siglo XXI es tan sólo el siglo XX con un par de años más. Quizás sea conveniente empezar a situar nuestras esperanzas, por ejemplo, en el 2051. O en el siglo XXII. Pero a día de hoy no parece que internet, las aerolíneas de bajo coste, las becas erasmus, la liberalización comercial o cualquier otro concepto que hayan querido vendernos como elemento fundamental de un cambio de época, hayan tenido el efecto que se esperaba de ellos. Todo sigue igual, pero con una nueva capa de pintura.
Consideremos, por ejemplo, internet. Se suponía que un medio de comunicación universal (entiéndase: "universal", para aquella parte del Universo que puede costearse un ordenador y una conexión, que eso tampoco ha cambiado) podía contribuir a acabar con el cerrilismo y la desconfianza entre las personas de todo el mundo. Seguramente, esa era también la esperanza del londinense Rob. Pero en realidad, internet sólo sirve para que quien quiera exponer su cerrilismo pueda hacerlo ante un público aún mayor, y para que sea posible conocer a mucha más gente de la que poder desconfiar. Luego están los que ligan en los chats, pero la única novedad que eso aporta es una mayor capacidad para mentir sobre uno mismo.
En definitiva, el siglo XXI, en lugar de traer un mundo más avanzado, ha cambiado un poco la estética, ha facilitado nuevas formas de consumo y ha dado a luz a una forma más absorbente de ocio. Así que, a no ser que consideremos que estética, consumo y ocio son los pilares de la realidad, seguimos estando como en el siglo XX, pero sin disuasión atómica. Es decir, hasta cierto punto, peor.
3 Comments:
http://www.elpais.com/vineta/?autor=El%20Roto&d_date=20090525&anchor=elpporopivin&k=Roto
¡Viva!
Uy, mira que estoy en desacuerdo muchas veces contigo, pero esta vez no puedo estarlo más.
El siglo XXI es una forma de hablar, sí (máxime cuando había barahondas de iletrados que decían que empezaba el año 2000). Pero no es igual que el siglo XX solo en unos años, y no es verdad que no han cambiado las cosas desde hace, por ejemplo, diez años.
Y como todo lo que cambia, algunas cosas cambian a mejor, y otras a peor.
Me gusta en particular el caso de las redes; yo no me imagno que hace diez años hubiera muchos faxes aquí en los campos de Tindouf. Pero ahora hay internet y funcionan los teléfonos móviles (cuando no hay estática!). Y te aseguro que lo hay también en lugares mucho más remotos, igual que los móviles.
Sí me parece que las aerolíneas de bajo coste y las becas erasmus han cambiado el mundo; me siento mucho más europea de lo que mis padres nunca se sintieron, la verdad. El mundo es mucho más pequeño que hace diez años, y es mucho más fácil acceder a información y a nuevos lugares.
Para quien quiere, claro.
Y por supuesto, quien lo hace con mala intención, hubiera utilizado otro medio con la misma mala intención (aunque probablemente con otros resultados).
Los cambios no suceden de la noche a la mañana, pero es un grave error decir que no suceden.
Y Rob tiene razón, es una pena que en un mundo en el que se puede acceder a la cantidad de información que quiera, la gente siga mirandose el propio ombligo como si fuera lo más importante.
Claro, ¡eso sí que no cambia!
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