Sketches of Lanzarote (I)
Mi padre es maestro de escuela, como muchos otros lanzaroteños de su generación que fueron a la Universidad sin tener una familia adinerada que pudiera financiarles estudios más prolongados o ambiciosos. Dedica su tiempo libre a la agricultura, supongo que por hobby y también por un motivo práctico: ¿por qué comprar papas, cebollas o ajos, si puede plantarlos? Sobre todo, se dedica a las parras. Antes, sólo a las que eran de mi abuelo, pero ahora también a unos terrenos que compró, de modo que si antes vendimiábamos unos 700 kilos, ahora son alrededor de 6.000 kilos los que podemos vendimiar en un buen año.
Siempre he odiado las parras. El tiempo y el esfuerzo que hay que dedicar a su cuidado durante todo el año me parecían desproporcionados, para el escaso resultado que se obtenía de ellas. Y eso que, de todo ese trabajo, sólo participaba en lo más bonito (vendimiar) y, como mucho, lo menos difícil (recoger las hojas de los hoyos, en otoño).
Sin embargo, al segundo día de estar en Lanzarote, le dije a mi padre que si iba a ir al día siguiente (domingo) a las parras, que me despertara, que iba con él. Quizás fuera porque el día anterior lo había pasado durmiendo y aburrido, sin tener nada que hacer. Pero es que, para colmo, ahora pienso que no sería mala idea hacerme cargo, si no de todo, al menos de una parte del trabajo. Puedo intentar justificarme pensando que cada vez son más los achaques de mi padre, que ya no está para cargar a la espalda con una sulfatadora de unos 20 kilos, hoyo arriba, hoyo abajo, ni para encargarse él solo de podarlas todas.
Pero me temo que la razón es que me hago viejo y melancólico.
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