Cobardía habitual
“Me gustaría verte más a menudo”. Hubiera sido la respuesta correcta, la frase precisa. Allí parado, unos escalones por debajo de aquel en el que ella se agachaba, buscando en su mochila unos papeles que quería devolverme.
- Tenía que habértelos devuelto hace siglos - me dijo -, pero como ahora apenas nos vemos…
Entonces la respuesta, la única respuesta, surgió en el fondo de mi mente y se expandió como un impulso eléctrico por mi cuerpo, levantando mariposas en mi estómago y haciendo correr hormigas por mis manos. Abrí la boca para pronunciarla, pero me demoré tanto, paralizado por el miedo y la sorpresa de haber encontrado el momento justo, la frase exacta, que al final pude ponerme a mí mismo la excusa de que ya era demasiado tarde. Ella había encontrado los papeles que buscaba y me los tendía con una mano, mientras con la otra cerraba su mochila. Sin motivo alguno, me fijé en una chapa de su bolso, con la leyenda I hate Mondays. “Hoy es jueves”, pensé. Oí que me comentaba lo útil que le había resultado mi préstamo y le aseguré que me alegraba por ello. La situación, una vez desperdiciada la oportunidad de sincerarme, me resultaba violenta, irritante incluso. Me despedí de ella proponiéndole tomar otro día uno de esos cafés que luego nunca nos tomamos y me alejé pensando en mi cobardía.
Al fin y al cabo, ¿qué había de malo en decirle que me gustaría verla más a menudo? Es una frase simple, que puede aceptarse sin más sentido que el literal de sus palabras. Pero yo sabía que no quería decir sólo eso y que si lo decía resonarían en mis palabras los ecos de todo lo que callaba: el deseo de compartir con ella mucho más que una charla ocasional o un almuerzo apresurado, poder verla sin que el motivo sea siempre que compartimos obligaciones, ceñir su cintura sin que sea dándole un abrazo de despedida, dormirme con el arrullo de su respiración y al calor de su cuerpo, darle un beso mientras desayuna con expresión ausente un domingo al mediodía… Pensé que ella averiguaría todo eso al oír mi respuesta, que lo sabría, porque ellas siempre lo saben antes de que uno mismo sepa cómo expresarlo, y sentí un terror pánico, así que me quedé callado prefiriendo, como siempre, huir a fracasar.
Y así, sin atreverme jamás a dar un paso al frente, va pasando mi vida, como si sólo fuera un ensayo para otra.
- Tenía que habértelos devuelto hace siglos - me dijo -, pero como ahora apenas nos vemos…
Entonces la respuesta, la única respuesta, surgió en el fondo de mi mente y se expandió como un impulso eléctrico por mi cuerpo, levantando mariposas en mi estómago y haciendo correr hormigas por mis manos. Abrí la boca para pronunciarla, pero me demoré tanto, paralizado por el miedo y la sorpresa de haber encontrado el momento justo, la frase exacta, que al final pude ponerme a mí mismo la excusa de que ya era demasiado tarde. Ella había encontrado los papeles que buscaba y me los tendía con una mano, mientras con la otra cerraba su mochila. Sin motivo alguno, me fijé en una chapa de su bolso, con la leyenda I hate Mondays. “Hoy es jueves”, pensé. Oí que me comentaba lo útil que le había resultado mi préstamo y le aseguré que me alegraba por ello. La situación, una vez desperdiciada la oportunidad de sincerarme, me resultaba violenta, irritante incluso. Me despedí de ella proponiéndole tomar otro día uno de esos cafés que luego nunca nos tomamos y me alejé pensando en mi cobardía.
Al fin y al cabo, ¿qué había de malo en decirle que me gustaría verla más a menudo? Es una frase simple, que puede aceptarse sin más sentido que el literal de sus palabras. Pero yo sabía que no quería decir sólo eso y que si lo decía resonarían en mis palabras los ecos de todo lo que callaba: el deseo de compartir con ella mucho más que una charla ocasional o un almuerzo apresurado, poder verla sin que el motivo sea siempre que compartimos obligaciones, ceñir su cintura sin que sea dándole un abrazo de despedida, dormirme con el arrullo de su respiración y al calor de su cuerpo, darle un beso mientras desayuna con expresión ausente un domingo al mediodía… Pensé que ella averiguaría todo eso al oír mi respuesta, que lo sabría, porque ellas siempre lo saben antes de que uno mismo sepa cómo expresarlo, y sentí un terror pánico, así que me quedé callado prefiriendo, como siempre, huir a fracasar.
Y así, sin atreverme jamás a dar un paso al frente, va pasando mi vida, como si sólo fuera un ensayo para otra.
2 Comments:
bonito y triste
no me gusta la palabra arrullo , muy cursi y sonora susurros y sonrisas junto el arrullo y siseo del rio
jopssss
Publicar un comentario
<< Home