Opá
Salgo a entrada nueva por semana. Más que inconstancia, esto es como abandonar el blog y luego volver cual hijo pródigo al séptimo día. Y la cosa irá a peor, porque el próximo domingo vuelvo a casa y pienso pasar mis vacaciones en Gran Canaria y Lanzarote desintoxicándome del ordenador, como está mandado.
Empiezo con uno de los temas anunciados en la penúltima entrada, el más fácil de todos, que no estoy para lucimientos. Lo que más me irrita de la canción del Koala es la forma en que alguna gente la escucha. Algunos, las personas normales, la escuchan, la sienten y la tararean como lo que es: una canción divertida y pegadiza, que se hizo famosa el verano pasado. Sin embargo, hay dos tipos de reacciones ante esta canción que detesto: la primera es la que de quienes la odian porque se tienen por "demasiado modernos como para escuchar esa canción". La segunda reacción que me enferma, emparentada con la anterior, es la de quienes, en lugar de mostrar abiertamente su desprecio, toman la canción como blanco para sus sarcasmos, tratándolo como un éxito kitsch, una joya camp de la que hacer chistes.
La razón por la que estas reacciones me resultan despreciables es porque creo que Opá, si uno la escucha sin prejuicios, es todo un temazo. Esos guitarrazos, ese estribillo, ese puente memorable... Pero, claro, es una canción hecha por un ex-albañil al que en su pueblo apodan "el Koala" por la peculiar manera que tenía de subir al andamio y que, para colmo, habla sobre corrales y granjas. Si la hubiera sacado un grupo de ingleses o neoyorquinos famélicos y con flequillo y la hubiesen titulado "Oh, Dad, let's build a farm" (o más bien: "C'mon man, get a fix with us"), la canción sería el no-va-más-de-la-muerte en todos los blogs gafapastiles. Peeero... "no creerás que voy a divertirme con una canción de un paleto que habla sobre criar gallinas, ¿verdad?"
Es el signo de los tiempos: nadie te valora por ser honesto ni por hacer las cosas bien. Lo fundamental es tener la imagen adecuada para que el consumidor potencial se sienta identificado. Y cuando el consumidor potencial es como es...
[Y como credenciales de intelectualoide melómano -¿o megalómano?-, baste decir que esta entrada la he escrito escuchando Crescent*, de John Coltrane, disco que todo ser vivo con oídos debería escuchar al menos una vez en su vida.]
[*Esta reseña da un dato erróneo: el estudio de Rudy Van Gelder no estaba en París (¿?), sino en Englewood Cliffs, New Jersey.]
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