La gula lanzaroteña
A pesar de que como fuera casi todos los días, sigo haciendo la compra como si pudiera dedicarme a cocinar cada día y almorzar tranquilamente viendo a Arguiñano, como debe ser. Esto hace que casi siempre se acumulen en mi balda de la nevera un buen montón de ingredientes cercanos a su fecha de caducidad. La solución suele consistir en invitar a mis compañeras de piso a que cojan lo que les haga falta, cenar varios días recetas que había planeado para los respectivos almuerzos, y proponerme muy seriamente no volver a pisar un supermercado sin una idea clara de qué comprar, con qué planificación de menús para la semana siguiente, etc, etc... La última parte nunca la cumplo, como es natural.
Cuando me vengo a Lanzarote, tampoco suelo planificar mis compras previendo que me voy a ir... Así que me encuentro tres días antes de coger el avión con una nevera bien surtida (esta vez, sólo de fruta, parece que mi subconsciente va asimilando que ya no cocino) y poco tiempo para vaciarla. Un par de almuerzos y cenas pantagruélicos solucionan el problema, pero luego tengo que viajar con una sensación de pesadez tan pronunciada como incómoda.
Al llegar aquí, me reencuentro con el pan casero, el bizcochón, los bollos de anís, las ambrosías Tirma, el Clipper de fresa, ese sucedáneo de chocolate que fabrican en Vitoria pero sólo he encontrado en Canarias, el café con leche (natural) y leche (condensada)...
En fin, que como a la vuelta alguien me diga "estás más flaco", tendré que pedirle que revise su vista. O darle dos tortas, por gracioso...
¿Merece la pena hacer otra vez el propósito de tomarme en serio el asunto de mi peso?
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