Fotoğraflar
Me habían contado en alguna ocasión que, en Turquía, cuando vas a un estudio fotográfico a hacerte unas fotos de carnet, es normal que las retoquen digitalmente. Es decir, después de dejarte casi ciego con un par de flashazos, el señor (o señora) se entretiene un rato photoshopeando tu cara, arreglándote el pelo, quitándote ojeras, etc. Hoy he tenido ocasión de comprobarlo por mí mismo: he ido a hacerme unas fotos para el curriculum, ya que al afeitarme media barba y raparme (me resignaré, ¡oh cruel destino!, a entrar en la alegre cofradía de los calvos) me parezco más a quien era hace dos años y medio que a la imagen que tenía últimamente. Tras sacarme un par de instantáneas y elegir aquella en que tenía una mueca lo menos extraña posible (cuando un fotógrafo me dice "sonríe" siempre tengo la tentación de responder "¿por qué? ¿has dicho algo gracioso?"), el empleado del estudio me dijo que esperara diez minutos. Le pregunté por qué tanta demora, ya que, aunque me imaginaba el motivo, quería tener la oportunidad de decirle que no se molestara, que las quería tal como estaban. Se limitó a sonreir e invitarme a que me sentara, así que supuse que me ofrecería una de esas hojas de pruebas de las que me habían hablado algunos de mis compañeros: una colección de variantes de la misma imagen (sin lunares, con la piel ligeramente más clara o más oscura, disimulando o no las ojeras o ese posible diente mellado, etc...), que te ofrecen para que elijas la que más te guste. Bien, me dije, esperemos esos diez minutos y ya le diré que quiero la foto normal, la natural, la que es mi foto, no una puñetera versión para revista de mi cara.
Pero, maalesef, a los diez minutos apareció otra de las empleadas del estudio, ofreciéndome seis fotos en un sobrecito. Las miré y, la verdad sea dicha, como broma tenían su aquel. Lo malo es que el tipo de las fotos no tenía un lunar en la mejilla derecha, ni marcas de la montura de las gafas en la nariz y tenía las cejas y la perilla perfectamente simétricas, además de un tono de piel homogéneo, entre otras sutiles diferencias. Y una foto así no me sirve, porque puestos a aceptar como mía la foto de alguien diferente a mí, prefiero poner en mi curriculum, por ejemplo, una imagen de Olga Kurylenko. La chica trató de convencerme de que no tendría ningún problema en Turquía por utilizar una foto retocada, ya fuera para un carnet o para cualquier otra cosa. En momentos así, lamento que mi turco sea aún bastante macarrónico, porque me hubiera gustado contestarle algo como lo siguiente:
- ¿Pero qué problema ni qué nada? ¡Si yo lo que quiero es una foto de mi cara! ¿No tengo derecho a tener cicatrices, lunares y ojeras? ¿Tienen algo de malo mis cejas asimétricas, mis patillas desiguales o esta perilla no muy bien arreglada? Dejen ustedes en paz mi nariz levemente torcida, mi piel irregular o mis entradas, ¡que ni me sirve para nada, ni quiero parecerme a ese aséptica y ridícula imagen que me traen!
Como para decir eso en turco todavía necesitaría una media hora con bolígrafo, papel y diccionario, me limité a insistir en que me hicieran copias de la foto original, sin retoques. Me costó esperar otros cinco minutos y pagar 15 liras (unos siete euros), pero al fin conseguí seis fotos de alguien que, ahora sí, se parecía a mí.
En un artículo escrito hace unos años, Raúl Minchinela (persona a la que, hasta no hace mucho, yo confundía -shame on me- con su personaje, el Dr. Repronto) escribía que, si en la obra de Freud el sexo parece ser (aunque no lo sea) un tema crucial, es porque la sociedad de su época reprimía ferozmente la sexualidad, de modo que gran parte de los casos que trató Freud tenían su origen, irremediablemente, en represiones sexuales. Superada, al menos en parte, esta represión sobre el sexo (o canalizada en la represión generalizada de todos los instintos), me pregunto si la obsesión por la estética y la abominación de lo "estéticamente heterodoxo" no serán también una fecunda fuente de neurosis. No es sólo que la empleada de la tienda de fotos no entendiera que no me habían hecho ningún favor al convertir mi cara en una máscara digitalmente "des-imperfectizada", sino que, supongo, algo tendrá que ver esta supuesta obligación de ser/estar guapo con el hecho de que alguien llegue a la conclusión de que pesar 40 kilos es lo óptimo, o de que conviene gastarse más dinero en cremas, maquillaje y ropa, que en libros o en música. Para colmo, uno ve vídeos como este y le dan ganas de seguir no-yendo al gimnasio, pero no ya por pereza, sino por gordismo-feísmo militante.
1 Comments:
ya me gustaría a mi no tener que gastarme más de 100 putos euros al mes en cremas sin parecer un lagarto.
No parecerlo, sino SERLO. No poder mover el cuello, vamos.
Imagino que Avene y Eucerit tienen el mejor jodido lobista del universo en el puto cielo para convencer a Dios de lo oportuno que era crear enfermedades tan absurdas como la dermatitis.
Porque si, imagino que hace falta enfermedades para matar a la gente y que la Tierra no estalle, y porque debe ser un coñazo vivir 120 años. pero enfermedades como la dermatitis, que lo único que hacen es joderte la vida un poco, pero sin matarte, no entiendo qué carajo de sentido biológico tienen.
En fin, este comentario se está poniendo muy sectario.
yo a lo que iba es a que me ha gustado eso de que el psicoanálisis es un análisis psicométricamente defectuoso basado en una población de datos social y culturalmente sesgada.
Y también a animarte con lo de las fotos retocadas, la próxima vez que yo vaya a hacérmelas pediré que me cambien el color de ojos y me pongan los labios un poco más carnosos.
Hay directivas de recursos humanos muy salidas, dicen por ahí.
En cualquier caso qué más da, una foto de 10 megapíxeles también es una vulgar modelización gráfica de tu imagen auténtica...
Como dijo no sé qué genial economista (creo que me lo contaste tú), si la realidad no se ajusta al modelo, habrá que cambiar la realidad...
Quizá las pecas y demás supuestas imperfecciones, sencillamente les joden los elegantes modelos a los fotógrafos turcos, tan duramente confeccionados durante años en colaboración con la Universidad de Chicago.
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