jueves, enero 06, 2011

QPD.01: La Ley Antitabaco

Pues yo he entrado porque sabía que no había gente fumando dentro. Que antes no venía y ahora vengo más. Así que eso de que los bares van a cerrar porque no va a ir nadie es una mentira que dicen los que nos quieren enfermar de enfisema a los que no somos viciosos.

(Una señora, glosando sus elecciones personales en el bar donde he desayunado esta mañana)


Hace cosa de un mes: un señor se enciende un cigarro en un bar, acodado en la barra. El camarero le indica que está en la zona de no fumadores (la de fumadores ocupa la mitad del comedor). Por curiosidad, hago un recuento de cuántos carteles y signos informan de que no se puede fumar en esa parte del local. Hay al menos ocho, repartidos por todo el salón. Tres de ellos, con diferentes diseños, están tras la barra, enfrente del sujeto que apaga su cigarro con fastidio.
Con el tabaco, igual que con todo lo demás, creo que un adulto consciente, capaz e informado es libre (y responsable) de hacer lo que mejor le parezca con su cuerpo.
Los fumadores amenazan con dejar de ir a los bares. Antes, dada la escasez de bares para no fumadores, eran los anti-tabaco quienes aseguraban no ir a los bares porque les molestaba el humo.
Se calcula que un 35% de la población de España es fumadora (fuente).
Raras veces he visto a alguien consumiendo algo estrictamente saludable en un bar. Incluso el café, si se toma sin moderación, puede ser perjudicial. Entiendo que se prohíba fumar en colegios (¡los niños! ¿es que nadie va a pensar en los niños?), hospitales y recintos deportivos, pero un bar no es un templo de la salud.
Sin embargo, está la cuestión del lugar de trabajo: si prohibir fumar en el lugar de trabajo es una medida aceptable, hay que reconocer que los bares son el local de trabajo de los camareros.
Preguntan los anti-tabaco: si los fumadores tienen derecho a salirse del trabajo para fumar, ¿qué pasa con los trabajadores que no fuman?
En mi trabajo no está prohibido ir al baño, tomarse un café, beber agua o charlar con los compañeros, actividades en las que también se pierde tiempo. Poder salir a fumar no es una bula para hacer lo que te dé la gana: si el resultado de esas interrupciones es que los fumadores no cumplen sus obligaciones, serán abroncados o despedidos, como nos pasa a todos si la cagamos en el trabajo.
Cuando leía las amargas quejas de algunos anti-tabaco por la falta de locales exclusivamente para no fumadores, ya fuera porque no los encontraban, porque estaban muy lejos de su casa o porque en su pueblo/ciudad no los había, me acordaba de mi pueblo, en Lanzarote. En Güime no hay farmacia, ni centro de salud, ni instituto de secundaria, ni supermercado (aunque hay -si no ha cerrado- una pequeña tienda). Hay que ir en coche al pueblo de al lado (la cabecera del municipio) para acudir a cualquiera de estos servicios básicos, porque sólo pasa la guagua dos veces al día (si acaso). Se entenderá, pues, que siempre me ha costado mucho trabajo sentir empatía por quien no tiene la suficiente imaginación o diligencia como para hacerse el café en casa, si tanto le molestan los humos ajenos.
Es posible que la prohibición de fumar permita una mayor afluencia de familias con niños pequeños a bares y restaurantes. Es una esperanza para los hosteleros. Para mí no: los niños ajenos me resultan un incordio. Entiéndase: no odio a los niños y comprendo que se porten como tales, pero prefiero que no estén haciendo ruido a mi alrededor. Claro está, no creo que deba prohibirse a las familias con niños ir a los bares, pero yo trataré de evitar aquellos en que se encuentren.
Cuando se me pase el catarro y mejore el tiempo en este Madrid gélido (al menos, para mis carnes isleñas), comprobaré lo que se siente saliendo de fiesta y volviendo a casa sin oler a cenicero. Probablemente, no hará que mi vida sea mucho mejor, pero será un avance.
Fumé tabaco rubio durante unos años, cuando estaba en la Universidad. Luego me compré una pipa. Cuando empecé a notar que mi dentadura se resentía, me pasé a los puros. Tomar café y fumarme un puro mientras leía la prensa, después de comer, fue un ritual que conservé hasta que me harté de fumar tabaco reseco, por culpa del clima de Madrid, la baja calidad de los puros que me podía permitir y su negligente almacenamiento en los bares.
Todavía hoy fumo puros, aproximadamente un mes al año: cuando mis abuelos maternos emigraron a Venezuela con sus hijos, en los años 50, encontraron trabajo en la fábrica de puros de Cumaná. A la vuelta, varios de mis tíos conservaron el oficio. Cuando voy con mi madre a visitar a su familia, en La Palma, me gusta ir a ver cómo trabaja mi tío Mario, que además de contarme historias y explicarme las combinaciones que utiliza para rellenar apuestas de la lotería primitiva, me regala puros. Juntando estos y los que me regala uno de mis primos, que tiene su propia marca de tabacos, tengo para fumar un par de semanas (no todos los días) después de las vacaciones. Luego tengo síndrome de abstinencia un par de semanas y paso los siguientes diez meses sin fumar.
Ya sea durante mi mes fumador o durante el resto del año, el humo del tabaco rubio me provoca náuseas.
Me enerva que se hable de los fumadores como gente horrible que hace una cosa estúpida y molesta para dañar su salud y la de quienes les rodean. No digo que la imagen sea falsa, pero el tono paternalista, como si los demás no hicieran (hiciéramos) cosas estúpidas, dañinas y molestas, resulta hipócrita.
Cuando Trinidad Jiménez era Ministra de Sanidad, anunció el endurecimiento de las medidas contra el tabaco con la siguiente declaración: "la sociedad española está madura para prohibir fumar en todos los lugares públicos". Según Trinidad Jiménez, las decisiones políticas no se toman como parte de un proyecto (discutible, elegible... desechable, a la postre, si se elige a otro gobierno), sino que son fruto de la "madurez" de la sociedad. Se supone, por lo tanto, que quien no esté de acuerdo no es sólo alguien que disiente, sino un inmaduro que no quiere ver la realidad.
Que el Estado trate de proteger la salud pública es algo necesario. Que lo haga mediante leyes coercitivas es admisible. Que culpabilice a los fumadores, destacando los perjuicios del tabaco y sus costes sanitarios, sin resaltar al mismo tiempo cuántos ingresos genera en concepto de impuestos, es demagógico. Que se apruebe una ley a medio gas, que obliga a los propietarios de locales de ocio a acondicionar zonas separadas para fumadores y no fumadores, para luego, en vista de que no da los resultados previstos, endurecer la normativa y convertir el gasto realizado en algo inútil, es el colmo de la torpeza.
Se podría haber aprobado la ley desde un principio con el actual grado de prohibición. También, se podría haber optado por prohibir el tabaco en los locales pequeños y permitir que conservasen la zona para fumadores aquellos que estaban, hasta ahora, obligados a habilitarla.
Es muy cómodo y agradable, en efecto, entrar a un bar a tomarte un café y que no huela a tabaco.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

oye, no te parece curiòs que la gente que se considera a si misma de clase media fuma significativamente menos que la gente que se considera de clase baja o alta?

(fuente comisión eurojander mencionada)

Ck.

11:37 p. m.  
Blogger Lilith said...

Me gusta tu post. A mi también me gusta que no huela a tabaco en los sitios, pero se han pasado. El otro día en el aeropuerto descubrí que han quitado las cajitas de humo concentrado donde hacían fumar a la gente. Y lo que peor me sentó fue que al preguntarle al de información si todavía se podía fumar en alguna parte, el muy gilipollas me dijo: "Fuera", pero como estábamos en la zona de embarque, pues no se puede salir. Claro, no podía decirme: "No, hemos decidido matar de ansia a los fumadores cuyo vuelo se retrasa nueve horas!".
Ahora, que parece que en España no pasa nada más grave que la ley antitabaco...

4:07 p. m.  

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