lunes, abril 28, 2014

Prejuicios

Tengo que reconocer que empatizo a medias con la gente que tiene prejuicios. No puede ser de otra manera, dado que yo tengo muchos: hay muchísimas cuestiones sobre las que no me he informado ni he pensado lo suficiente como para formarme una opinión fundamentada, así que recurro a analogías con lo que conozco y supongo que todo será "un poco así" y que los principios generales con los que me manejo serán también aplicables a esos casos que desconozco. Es un ejercicio de "economía del raciocinio", por llamarlo de alguna manera. A pesar de ser una práctica habitual, sus resultados (como ocurre siempre que uno trata de economizar con lo importante) suelen ser más bien pobres.
Sin embargo, no es algo de lo que pueda avergonzarme: el conocimiento que cada individuo pueda poseer no es más que una ínfima proporción de todo el conocimiento posible. Así pues, se podría decir que incluso quienes atesoran una gran sabiduría no dejan de ser, después de todo, pozos de ignorancia. Si además tenemos en cuenta la imposibilidad de aprehender toda la realidad, quizás haya que reconocer que es imposible escapar del prejuicio: lo único que cabría hacer es intentar fundamentar nuestras opiniones de la mejor manera posible.
A pesar de todo, con este asunto se da una paradoja curiosa. Es común escuchar a cualquiera enunciar opiniones disparatadas, basadas en prejuicios. Incluso, si hemos tenido la suerte de cambiar de opinión sobre algún tema, es probable que tengamos experiencia de primera mano sobre cómo se puede sostener un prejuicio sin ser del todo consciente de ello. Aun así, seguimos otorgando a nuestras opiniones y puntos de vista una validez extraordinaria y nos aferramos a ellos, tratando incluso de rebatir a quienes los cuestionan, cuando en realidad tendríamos que haber aprendido a cerrar la boca, escuchar y reflexionar. La empatía de la que hablaba antes termina cuando veo la contumacia con la que algunas personas sostienen sus prejuicios y se comportan como si los demás tuvieran la obligación de ponerse a la altura de su ignorancia.
Me explicaré con un ejemplo: nunca he tenido la necesidad de plantearme ninguna cuestión acerca del binarismo de género. Personalmente, ser un hombre no ha sido nunca nada más que una cuestión biológica, sin otra complejidad. Como decía un niño en la película Poli de guardería: "los niños tienen pene, las niñas vagina". Y sí, he escogido una referencia ridícula para dejar clara la escasa profundidad de mis meditaciones al respecto (si es que alguna vez pensé en el tema).
Por lo tanto, creo que no sería admisible que yo pretendiera que quien haya tenido la capacidad (y, sobre todo, la necesidad) de cuestionar el binarismo de género y haya llegado a la conclusión de que existen más de dos, tenga la obligación de venir a resolver, a mi plena satisfacción, todas y cada una de las cuestiones que le plantee. Aunque yo no entienda muy bien en qué consistirían esos otros géneros, no tengo derecho a exigir a los demás que se adapten a mi ignorancia ni que se midan por mi rasero. Por dejarlo bien claro: nadie tiene la obligación de pedirme permiso para existir ni para definir su identidad en los términos que estime conveniente. Además, mis objeciones son las de un ignorante que no se ha tomado el tiempo necesario para informarse sobre el asunto, ¿cómo podría yo pretender que tuvieran alguna validez*?
Entonces, cuando veo a alguien reaccionar con un rechazo virulento, con mofa o agresividad, ante planteamientos que no entiende, me debato entre, por un lado, querer tirarles de la oreja y decirles "mira, te vas a sentar a leer hasta que te des cuenta de lo imbécil que has sido" y, por otro lado, saber que probablemente sería un esfuerzo inútil. Lo que cada vez me cuesta más es quedarme callado, pero quizás necesite encontrar una estrategia de respuesta adecuada.
Parte II: ¿por qué no callar?
Creo que esta entrada había quedado un poco truncada, quizás porque la hora a la que la redacté no era la más propicia para rematarla de forma adecuada. El tema que quería tratar era "¿cómo deberíamos manejar nuestra ignorancia para no acabar imponiendo nuestros prejuicios a los demás?". En el camino, traté también un tema que no sólo es pasto para el prejuicio, sino también para la discriminación. Lo que no conseguí hilar bien, en el último párrafo, es la idea de por qué habría que actuar cuando alguien exhibe sus prejuicios de forma agresiva. Bien, trataré de hacerlo ahora.
Es habitual que las personas traten de convencerte de "su verdad": los cristianos quieren que seas cristiano, las personas feministas quieren que seas feminista y los militantes liberales no pierden ocasión de explicarte que la "libertad económica" es lo mejor del mundo y si no quieres disolver y privatizar el Estado es porque en realidad eres un parásito que quiere vivir a costa de unos servicios públicos financiados mediante crueles impuestos que arrebatan sus riquezas a tus superiores, los emprendedores. Y si yo no me dedico a convencer a nadie de que el comunismo es el mejor sistema posible, es porque no me gusta gastar energías en demostrar lo evidente, no porque no me interese que los demás entren de una vez en razón.
Bromas aparte, mi postura ante las ideas ajenas suele pivotar entre encogerme de hombros, reconocer el derecho a la libertad de opinión y recordar que, al fin y al cabo, sólo se puede avanzar dialécticamente si hay una antítesis**. En el mismo sentido, lo habitual es que me niegue a opinar sobre las vidas de las demás personas. Normalmente me incomoda que me inviten a apoyar a un colectivo, no porque no crea que merezcan respaldo, sino porque no creo que yo tenga derecho a juzgar a nadie. Y es que, en realidad, la única diferencia que existe entre la condena y la celebración es el signo del juicio que se realiza, pero el hecho en sí consiste, en ambos casos, en emitir una valoración sobre las características de otra persona o grupo de personas. Si me cuesta sumarme a la "celebración de la diversidad" no es porque esté en contra, sino porque considero que las diversas formas y condiciones en que los demás vivan su vida no son asunto mío y no tengo legitimidad alguna para pronunciarme al respecto, ni a favor ni en contra.
La conclusión debería ser, entonces, que mejor me callo ante los prejuicios ajenos: si alguien quiere exhibir su ignorancia, es su problema, que ya bastante trabajo tengo manteniendo la mía a raya. Pero no puede ser así: cuando los prejuicios desembocan en discriminación, no se puede callar, porque se convierte uno en cómplice. Mientras al otro lado haya alguien enarbolando una opinión sin fundamento para justificar algún tipo de discriminación, no debería mantenerme al margen. Hay que implicarse, al menos hasta que llegue un tiempo (ojalá) en que abstenerse de opinar ya no sea una actitud cómplice.




* En realidad, la única objeción que mantengo al respecto, a partir de mi escaso conocimiento del tema, no se relaciona con el contenido de la teoría sino con el uso del lenguaje: me parece redundante el uso de cismujer/cishombre o biohombre/biomujer. Creo que cuando se parte de un concepto inicial claramente definido, las modificaciones posteriores no hacen que sea necesario redefinir el concepto original como una negación de las modificaciones. Quiero decir: un patinete con motor es un "patinete motorizado", pero la existencia de este último no hace necesario llamar al primero "cispatinete" (con perdón por la idiotez del ejemplo). Sin embargo, supongo que quien haya acuñado los términos citados se habrá ocupado de fundamentar tal acuñación, así que no voy a ponerme a refunfuñar demasiado al respecto, ni mucho menos espero que se tenga en cuenta una crítica tan superficial.

** Por otro lado, es más fácil que me irrite al leer una opinión con la que, en principio, podría estar de acuerdo, pero está mal fundamentada. En cambio, las opiniones con las que no estoy de acuerdo me sirven como ejercicio para desentrañar los razonamientos en que se basan y, así, me ayudan a armarme de más y mejores razones.