jueves, abril 24, 2008

Los camareros estresados tienen arranques de sinceridad

Camarero: ¿Qué te pongo del menú?
Yo: De primero, paella y de se...
Camarero: Para la paella tienes que esperar unos diez minutos.
Yo: Ah... Bien, pues... entonces... ¿cómo es la "Tosta holandesa"?
Camarero: Es un revuelto de salmón sobre un trozo ' pan.
Lo era.

viernes, abril 18, 2008

El olor

Lo peor de esta noticia de El País no es que todo lo que cuenta, por disparatado que parezca, me resulta tan familiar que a veces me cuesta recordar por qué es escandaloso. De alguna manera, lo peor es que el tal "Paco" de la última transcripción hace un diagnóstico perfectamente lúcido de la situación:

Un técnico informa a Onalia sobre un problema de una depuradora. "El agua se está tirando al mar sin depurar". La salida de Onalia es contundente: "Entonces eso no lo digas". El alcalde aprueba su criterio:
Onalia: Me dice que la depuradora de la playa está cerrada, pero adivina dónde está yendo el agua. Eso no lo sabes tú.
Paco: Pero no lo digas.
Onalia: Ah, mira que bien, y si la gente lo descubre.
Paco: No, no tiene. Lo que le importa a la gente es que no le esté llegando el olor.

Cuando a mediados de marzo salió publicado otro artículo parecido en el mismo periódico, diciendo que en el sur de Lanzarote había una "nueva Marbella" (pobre Marbella, ¿tan horrible es, para que la comparen con Playa Blanca?), la indignación en la isla fue enorme... ¡¡¡contra el periodista que lo había escrito, el medio que lo había publicado y el consejero del Cabildo cuyas declaraciones recogía el texto!!! "Derribaremos lo que haya que tirar" decía, el muy osado, como si ejecutar las sentencias judiciales y velar por el cumplimiento de la ley fuera algo necesario.
La mafia siciliana tendrá más fama y será más cinematográfica y literaria, pero en lo que a sordidez y podredumbre se refiere, está en pañales si la comparamos con el caciquil sistema político canario. Pero, como bien dice el amigo Paco, lo que le importa a la gente es que no le esté llegando el olor.

lunes, abril 07, 2008

Las aventuras de Súper Hero (con h aspirada)

Hace un tiempo, iba a clase en el metro y trataba de leer el periódico entre el ruido, los bandazos y el mal humor reinante. A mi lado, apoyados en una de las puertas, iban dos adolescentes que se intercambiaban politonos discotequeros. Al poco tiempo, quedó claro que en esas condiciones era imposible enterarse de gran cosa. Además, un evidente cambio en el tema de conversación de los dos chavales llamó mi atención. Simulé seguir leyendo el periódico y escuché cómo empezaban a enseñarse vídeos del móvil.
- ¿Este le tienes?
- No, ese no le he visto...
- Buah, chaval, te partes el culo con este.
Perfectamente audible, pese a la distorsión del auricular, me llegó la siguiente conversación:
- Oye, ¿a tí te han pegado alguna vez tus compañeros de clase?
- No, no. Nunca.
- Pues toma.
Y se oyó una sonora bofetada y un coro de carcajadas, que fue secundado con entusiasmo por los dos mastuerzos que tenía a mi lado. Me quedé petrificado, pensando en qué clase de salvajes tenía a menos de un metro de mí.
Tampoco quiero ser hipócrita: cuando iba a la escuela, si había una pelea nadie intentaba separar a los contendientes, sino que todos gritábamos "pleito, pleito" y hacíamos un coro alrededor de los que se estaban pegando, hasta que llegaba el profesor de guardia a poner orden. La violencia es un espectáculo muy atractivo, para qué engañarnos. Sin embargo, esa maldad de grabar unas agresiones para luego descojonarse viéndolas... hay algo incomprensible en eso. Algo que te revuelve las tripas.
Los dos desalmados siguieron riéndose y viendo más vídeos de contenido similar (al menos, por lo que pude deducir de cuanto escuché). Me dieron unas ganas terribles de levantarme de mi asiento y, aprovechando que les sacaba más de una cabeza de altura y les doblaba en volumen, tumbarlos de sendos bofetones a mano abierta, propinados con todo el recorrido de brazo que permita el ancho de un vagón de metro, y decirles:
- A ver, ríanse ahora.
Sin embargo, me limité a quedarme sentado, sintiendo rabia e impotencia, porque no hubiera sido muy constructivo convertirme en un imitador del descerebrado aquel que pateó a una chica en el metro de Barcelona (aunque yo, al menos, tenía un motivo...). Pero la violencia sigue siendo violencia, por justificada que parezca estar.
Y así, una vez más, Súper Hero continuó su camino sin impartir justicia.