miércoles, marzo 28, 2007

Aló presidente

En las pasadas vacaciones de navidad pedí un café solo en un bar de Las Palmas de Gran Canaria y me cobraron sesenta céntimos. Me sorprendió tanto, que dejé los otros cuarenta de propina. Al día siguiente, en otro bar, pedí el café con leche y me cobraron el euro entero. No llegué a pedir en ningún lado un "leche y leche" o barraquito, es decir, café con leche natural y leche condensada, pero en Lanzarote uno de estos suele costar un euro, o euro y diez céntimos.
En la cafetería de la Universidad, el café solo o con leche cuesta setenta céntimos, y si es de "comercio justo", setenta y cinco u ochenta céntimos (no lo recuerdo porque no acostumbro a pedir de éste). En los bares de alrededor, la cosa está entre el euro y el euro con veinte céntimos. Si me quiero tomar el café por la zona centro de Madrid, la duda está en si el euro será con diez, veinte, treinta ó cincuenta céntimos, pero no recuerdo que me hayan querido cobrar dos euros en ningún sitio.
Me imagino que al Presidente del Gobierno le preguntarían ayer por cosas mucho más relevantes que el precio de un café, pero hoy nadie habla de otra cosa. No creo que su respuesta sea tan desatinada ya que, como bien dijo Zapatero en pleno arrebato relativista, "depende".
Al menos, la broma ha servido para que los parroquianos de un bar de Antequera tuvieran hoy el café más barato.

lunes, marzo 26, 2007

Tareas pendientes

1. - Ver alguna película de Peckinpah, para poder sentirme un poco como Garci.
2. - Escuchar con atención los discos de Albert Ayler que tengo, para ver si puedo seguir diciendo con sinceridad aquello de "lo mío es el free jazz, nena."
3. - Terminar de leer Ulises, de Joyce, para poder ser uno de esos resentidos que lo recomiendan a los demás para reconfortarse imaginando que sufrirán al leerlo tanto como uno mismo.
4. - Aprender algo de música, para no verme en diez años convertido en un homo profesionalis que echa de menos la vida que nunca se esforzó lo suficiente por tener.
5. - Estudiar el idioma francés y practicar el inglés, para tener más oportunidades de convertirme en un homo profesionalis bien remunerado.
6. - Resolver ciertas contradicciones entre mis proyectos vitales (ver puntos 4 y 5).
7. - Volver a preferir el drama antes que la ataraxia, para ver si así recuerdo cómo era aquello de sentir una emoción desbocada.
8. - Follar más, pero eso no depende solamente de mí.

lunes, marzo 19, 2007

La pesadilla de Darwin

C. Darwin, joven naturista inglés, se queda traspuesto mientras toma el sol en pelotas en medio de la campiña inglesa y sueña que se encuentra en una amplia, alta y bien iluminada biblioteca, leyendo un minucioso y sesudo estudio sobre las varias y variadas variedades de pinzones de América del Sur, lectura que se ve interrumpida por la irrupción de dos airados gorilas, ataviados con sendos disfraces de Papaderroma y Rein'inglaterra, que le amenazan con someterle a fuerte tortura y cruel escarnio, en justa represalia por haber deshonrado a los simios al atreverse a sugerir tal cosa. Pese a despertar de su agitado sueño sin que su integridad física llegara a verse comprometida, la desazón, el desconsuelo y la desconfianza se apoderan de su ánimo hasta tal punto que sólo encuentra sosiego embarcándose en el primer navío que encuentra con un destino lo suficientemente remoto. Dicho barco, el HMS Beagle, le lleva hasta las Islas Galápagos, donde Cepunto Darwin se encuentra al fin con su destino.
[Si usara etiquetas, esto iría en "Argumentos alternativos"]
Qué asco. Ahora que he usado parte de mi ocio para hiperconcienciarme de lo mal-mal-mal-requetemal que están las cosas en África, me siento tremendamente indignadísimo. No comeré nunca más perca, sea del Nilo o no. O quizás... ¿ha hecho Arguiñano alguna receta con perca? Si es que sí, reconsideraré mi postura. También es verdad que estarían peor si no hubiera factorías de pescado. O quizás no. ¿Es verdad que estarían peor si no hubiera factorías de pescado? ¿Qué ocurriría si los pilotos rusos, que llevan a África no-se-sabe-el-qué y luego se traen el pescado, se afiliasen de golpe al SEPLA e hicieran huelga cada dos por tres? ¿Hay comité de empresa legalmente constituido en las factorías que procesan el pescado? ¿Se respetan las normas de higiene ISO nosequé? ¿Quién tiene la culpa? (Ya que buscar soluciones requiere dos o más neuronas, busquemos culpables, que siempre puede hacerse con tan sólo una) Seguro que es el imperialismo yanki. O no, el imperialismo yanki es sólo el fantasma que, convenientemente agitado, hace olvidar a la opinión pública en Europa cuál es el papel del imperialismo europeo. Los culpables son los europeos. Los blancos en general. Los blancos ricos en particular. Yoko Ono. El estado del bienestar sueco. El FMI. El Banco Mundial. Los masones. La OMC. La NBA. El terrorismo internacional. Hablando de terrorismo, si alguno de estos desheredados de la fortuna decidiera dedicarse a la violencia como salida profesional y válvula de escape vital, ¿tendría yo legitimidad moral para afearle la conducta desde el sillón del salón de mi casa? ¿Y si me siento en un desvencijado sofá que inadvertidamente revela lo apretado de mi economía? ¿Y si lo hago desde una butaca Luis nosecuántos?
¿Cuánto consumismo tengo que chutarme en vena para que mis niveles de asco y de cinismo vuelvan a cotas aceptables y así poder hacer una reflexión con pretensiones de seriedad? ¿Acaso importa lo más mínimo? ¿Alguna idea?

jueves, marzo 15, 2007

Corazón

Me dirijo a sacar dinero para unas fotocopias que he encargado en la reprografía del edificio 14. De camino al cajero hay una cafetería que ha aprovechado el incipiente calor para sacar las mesas a la acera, y en una de esas mesas toma café una pelirroja que parece... Paso lo bastante lejos como para no verla con claridad, aunque es probable que ella sí me haya visto. Sigo hacia el cajero, silbando el tema de Olé, o quizás la balada del Quinto Regimiento, o quizás ambas cosas... A la vuelta, varío un poco el rumbo y ahí está, la-mujer-fascinante-que-desde-hace-un-año-me-ignora. Este tipo de casualidades, cuando no las provoco yo mismo haciéndome el encontradizo, me resultan desconcertantes. Al acercarme a su mesa, ella mira hacia otro lado, facilitándome (o más bien invitándome a) que pase de largo sin saludarla, pero soy demasiado estúpido. Llamo su atención y le pregunto qué tal está. Bien. Me alegra. Fría cordialidad de quien preferiría que hubiera pasado de largo. Silencios que abortan cualquier posibilidad de conversación. Las fotocopias me sirven como excusa para largarme deprisa.
Mientras espero a que pase un coche para poder cruzar la calle, el corazón me late como si quisiera salirse del pecho.
Ser imbécil es una enfermedad incurable.

¿Sería azul?

¡Qué desconfiada es la gente! Mira que acusar a este pobre hombre de conducir borracho... Yo pongo la mano en el fuego por él: estoy seguro de que no iba borracho (aunque me gustaría saber qué alucinógeno se tomó y en qué cantidades).

jueves, marzo 08, 2007

Condición indispensable

A partir de ahora, a partir del mismo momento en que se publique esta entrada (ni vacatio legis ni ná), impongo unilateralmente a mis amigos, si quieren que siga considerándolos como tales, la siguiente condición indispensable:

- Cuando me quiera ir, me iré.

Esta condición, de enunciado tan simple, significa, nada más y nada menos, que si estamos de fiesta, de cañas, de paseo o de lo-que-sea, en cuanto tenga ganas de irme, me podré ir sin que nadie me pregunte por qué, ni me pida que me quede, ni me diga "pero no te vayas ahora", ni me explique lo difícil que me resultará volver a casa a esa hora (eso es asunto mío), ni exalte las virtudes de nuestra amistad, ni nada... Dado que me tomo la molestia de despedirme, lo mínimo que puedo esperar a cambio es que me dejen ir sin hacerme chantaje. Lo contrario es descortesía, ¿o no?

jueves, marzo 01, 2007

Innovaciones

Cuando te encargan que hagas algo por primera vez (redactar un informe, conseguir unos datos, preparar unos gráficos, etc...) tienes dos posibles maneras de proceder: puedes confiar en tu bagaje intelectual y en tu capacidad de improvisación para hacer algo novedoso, brillante y, sobre todo, útil, o bien puedes fijarte en cómo hacen los demás su trabajo y copiarte. La primera vía es la de los innovadores, pero también la de los fatuos, y es muy fácil que en vez de conducir a la genialidad, desemboque en el ridículo. La segunda vía es la de los mediocres, pero también la de quienes saben que para poder explorar un terreno virgen antes hay que llegar al final de los caminos conocidos.
Ornette Coleman, autodidacta del saxofón, decidió que la escala musical empezaba por La en lugar de por Do (decisión comprensible, dado que, en inglés, Do-Re-Mi-Fa-Sol-La-Si es C-D-E-F-G-A-B). Esta curiosa confusión provocó que su forma de tocar, aun habiendo corregido su error, fuera tan rara que no suscitaba más que burlas y protestas del público. Cuenta la leyenda que en una banda le pagaron un plus por no tocar. A pesar de todos estos impedimentos, con el tiempo fue afianzando su estilo y hoy es considerado uno de los padres fundadores del free jazz.
Pero el caso de Ornette es una excepción. En el otro extremo, tenemos a John Coltrane, cuya música evolucionó a la par que el jazz de su época hasta que le llegó el momento de ser él mismo uno de los que marcara la pauta. Desde sus inicios, tocando en conjuntos de rythm'n'blues en su juventud, hasta sus obras finales, en las que tocaba caóticos y extensos solos sobre una base rítmica no menos caótica, hay una vida de estudio y aprendizaje. No es sólo que estudiara hasta la saciedad el Thesaurus of Scales and Melodic Patterns de Slonimsky, sino que su evolución musical es de una coherencia perfecta. Hay quien le reprocha que en sus dos últimos años de vida "perdiera la cabeza" y se dedicara a desvariar con un puñado de músicos vanguardistas, pero ¿qué otra cosa se podía hacer después de Crescent y A Love Supreme? Y estos dos discos, ¿no son la culminación perfecta del trabajo con su cuarteto clásico? Y así, podríamos seguir hacia atrás viendo cómo los saltos de Coltrane, comprensibles o no, son siempre el resultado de una carrera anterior bien asentada y metódica.
En conclusión, ¿debería comprarme un saxo tenor bueno -pero caro- para empezar a tocar, o uno baratito por si acaso descubro que no tengo pulmones ni oído para el jazz -ni para cualquier otra música-?