TESIS
Dentro de un mes cumplo 28 años. A esa edad, mi padre había aprobado las oposiciones para maestro, después de estar cinco años trabajando como interino. Además, estaba a punto de tener un hijo y también de comprar un piso en Las Palmas, y ya tenía un flamante Seat 127. A los 28 años, mi padre ya sabía qué iba a hacer con su vida, y es lo que ha estado haciendo (con ligeras variaciones) desde entonces. Y hablo de mi padre para soslayar el hecho de que mi madre, tres años más joven, aprobó las oposiciones el mismo año, así que con 25 años ya una tenía plaza de maestra de escuela, y un hijo.
ANTÍTESIS
El día que hice las primeras pruebas de acceso al Máster, en el lejano campus de la Universidad Autónoma, volví a Madrid charlando con una amiga, que se había presentado pese a tener otros planes para este año. Nos acompañó hasta la estación un conocido suyo, que había aparcado allí cerca. Comentamos qué nos habían parecido los exámenes, si habían sido lo que esperábamos, etc... El chico dijo que le parecían fáciles de aprobar, pero que no estaba seguro de querer hacer el Máster, porque sentía que ya se había incorporado al mundo laboral suficientemente tarde como para salirse ahora durante año y medio sólo para tener un diploma y unas prácticas en el extranjero que quizás tampoco lucieran tanto en el curriculum. Lo que me llamó la atención fue que, para apoyar su razonamiento, nos contara que, en la empresa en que trabajaba, había algunos cargos intermedios apenas dos o tres años más viejos que él. "La verdad es que yo no me veo llegando dentro de tres años a esos puestos", remató. Lo primero que pensé fue "¿y por qué es necesario que estés en un puesto así dentro de tres años?" Parecía creer que hay una serie de plazos inexcusables para ir logrando objetivos en la vida, y que no cumplirlos a rajatabla significa quedarse atrás y estar abocado a fracasar sin remedio.
Por supuesto, ya me había encontrado antes con gente que sabe, desde los veinte años, qué quiere hacer con su vida, y tiene un plan detallado hasta el absurdo: acabar los estudios (licenciatura y quizás un postgrado) a tal edad, encontrar un trabajo estable e interesante en los siguientes X años, hacer carrera, comprar un piso, tener X hijos, mandarlos al Liceo Francés, viajar por Europa en las vacaciones largas, ir "al pueblo" en las cortas, camisa y corbata de lunes a viernes y arroz con pollo los domingos. Pero a mí esas cosas me dan vértigo, no entiendo cómo alguien puede tener tan claro qué quiere hacer, como si todo fuera previsible, como si se negaran a dejarse sorprender o a cambiar de opinión. Aunque quizás sea que trato de evitar cualquier reto escudándome en una actitud tan expectante como irresponsable.
El caso es que nunca he sabido responder a la típica pregunta de las entrevistas de trabajo: "¿cómo te ves dentro de cinco años?" No sólo porque me diera tanta risa como rabia que me preguntaran eso cuando me ofrecían un contrato en prácticas por seis meses, sino porque no soy capaz de "verme dentro de cinco años" de ninguna manera, salvo más calvo e igual de gordo (o más). Y ni eso, porque cualquier día de estos me tomo en serio lo de hacer algo con mi panza. Quiero decir, "contra mi panza".
SÍNTESIS
Para mi padre, el precio de un coche no ha cambiado en treinta años: "los ahorros de un año". Los trienios (y la sana costumbre de sólo cambiar de vehículo cuando el que tiene está averiado sin remedio), contrarrestan tanto el desorbitado aumento de precio de los coches, como el efecto del gasto que le ocasionamos sus hijos. A principios de los ochenta, tampoco eran demasiados los años que uno debía ahorrar para poder comprarse un piso decente, sin tener que recurrir a una hipoteca, en una ciudad que no tenía motivos para ser excesivamente cara.
Ahora mismo, un coche normal y corriente requiere bastante más que un año de ahorro, dados los sueldos que cobramos. Y lo de comprar una casa sin vender tu alma a un Banco sólo es posible con alguno de estos factores: Quiniela, Bonoloto, Primitiva o Euromillones. También, quizás, la Lotería. Así que la comparación no es posible, salvo para decir que somos una generación a la que nos la han metido doblada.
Así que, volviendo a lo mío, ¿debería sentarme con un bolígrafo y un par de folios a trazar un plan para mi devenir en los próximos años? ¿Y si, una vez terminado, salgo a la calle plenamente satisfecho de mí mismo y me cae una maceta en la cabeza? Qué absurdo...
Pero parece que, a medida que uno envejece, empieza a hacerse necesario afrontar con seriedad cuestiones tales como la de asegurarse una capacidad estable y creciente de adquirir mercancías, fijar una residencia tan definitiva (dentro de la provisionalidad inherente al asunto) como se pueda, plantearse qué "esclavitud acotada a ocho horas diarias" prefiero, etc, etc... "Vivir de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos" es una broma graciosa, pero una perspectiva desasosegante (que conste que llevo casi año y medio siendo independiente, al menos para mis gastos ordinarios, aunque las perspectivas de futuro en mi trabajo son nulas).
Me parece que vivo en un presente continuo. Quizás debería aprender a conjugar, al menos en teoría, el futuro. Aunque sea el futuro imperfecto.